Nadie podía entender porque ese hombre había invertido tantos años cuidando de esa hoguera. Los rumores en el pueblo apuntaban a que algo que le había ocurrido lo había trastornado para siempre, pues algunos de los que lo conocieron antes de que decidiera postrarse ante esa llama, aseguraban que alguna vez había sido una persona como cualquiera, aún así, nadie acertaba a decir qué podía haber sido ese algo. El caso es que desde el día en que aquel hombre llegó a su casa, tomó algo de leña, comenzó a apilarla en la chimenea y le prendió fuego; cogió una silla y se sentó frente a ella para jamás volver a levantarse, salvo para ocuparse de sus necesidades más básicas y, obviamente, para conseguir el material necesario que mantuviera viva la llama.
Día y noche contemplaba la llama con una ilusión inexplicable. Se le escuchaba hablar, gritar, llorar y reír con ella por algunos momentos, para luego volver al sepulcral silencio. Al parecer, la llama se había convertido en algo así como la proyección de alguna profunda esperanza que, aunque al borde de la locura, mantenía vivo, si es que a eso se le puede llamar vida, a aquel hombre. De ser eso cierto, al verlo, no quedaba más que tomar como advertencia aquello que una vez una persona había atinado en decir: “La esperanza puede trastornar a una persona hasta hacerla rozar la locura”. En fin, sólo eran especulaciones, el único que podía darnos certezas de esos comentarios estaba muy ocupado frente al fuego.
Todo el pueblo se quedó anonadado cuando una noche se escucharon golpes de martillo provenientes de la casa de aquel, nadie se atrevió a acercarse y fisgonear no fue suficiente para saber qué era lo que estaba pasando, así que no quedó más que esperar a que las bondades de la luz del día mostraran que era lo que había ocurrido. A la mañana siguiente ninguno notaba cambio alguno y aquel hombre seguía, como siempre, postrado ante la fogata. Por fin un niño pudo descubrir el motivo de los golpes de martillo de la noche anterior; había un anuncio clavado en la puerta de la casa de aquel hombre, éste decía: “Cambio paciencia por una guillotina…” |