Repentinamente 
 
 
 
El hombre, enamorado de la mirada de aquella mujer, 
Cuando se acercó a el, por haber sido presentados, 
Besó su mano con mesura, viniéndole una aureola 
De olor a bella hembra sin perfume, olor a gran dama, 
Y un gran magnetismo inevitable de sostener, 
Así como una magia que, desprendida de su figura, 
Hizo que éste se sintiera fascinado por la espera,  
Plena de incertidumbre, sin ocasión de acometer 
Acción alguna, pues quedó paralizado, sabiendo que  
Algo maravilloso se produciría, más ignorando 
Qué sería, estaba expuesto, que esperaría 
Toda una vida.  
 
Tanto fue lo que aquella situación significó 
Para un hombre atrapado por algo que no había conocido 
Jamás, algo que no podría olvidar. 
 
 
Aguadulce, abril de 2012 
José María De Benito 
  |