– Princesa, lo lamento. – dije con la voz quebradiza. Como pude ser tan idiota.

– No me llames así. – dijo Annie limpiándose las lagrimas del rostro, pero que era inútil. Estas eran reemplazadas por nuevas. Odiaba profundamente verla llorar, y mucho más si era por mi culpa.

– Lo he estropeado. Tú sabes que te amo más que a nadie en este mundo. No tenía ni la menor idea de que ella iba a aparecer. – dije tratando de acercarme a ella de a poco. – tú sabes que no tengo nada con Amanda. Fue mi novia en el pasado pero ahora tienes que creerme. Y si, tienes toda la razón. – aclare metiendo mi mano en el bolsillo de mi saco. – no eres mi princesa. – abriendo la pequeña caja color azul marino. - ¿Pero te gustaría serlo?

Annie me miraba fijamente y cada tanto también a la cajita que contenía aquel hermoso anillo de oro junto con una piedra preciosa, el cual le perteneció a mi madre. Nunca fui detallista, ni romántico pero algo en ella me hace despertar el amor que llevo dentro, muy dentro. Nos encontrábamos fuera del restaurante. ¿Por qué demonios tenía que aparecerse Amanda y besarme? No la veía hace años. Pero no tengo que pensar en ello ahora. Solo en ella. En esa dama que se robo mi corazón y le clavo una flecha para que sintiera el dolor que podía sentir si no la tenía cerca, si no la hacia mía.

Annie aun no reaccionaba, había quedado pasmada ante mi propuesta. ¿Quién no se quedaría así luego de que alguien le pidiese a su verdadero amor unirse en sagrado matrimonio? Yo sonreí y saque delicadamente el anillo de la caja y me acerque a ella un una distancia crítica, en la que nuestras respiraciones eran una sola. Tome su mano izquierda y se lo coloque en su dedo anular. Sus lágrimas volvieron a aparecer y esta vez no dude de que fueran de felicidad.