Érase que era    
 
Érase que era, 
 
una viejita que en un rincón lloraba. 
 
Vestida de rojo, 
 
llorosos los rojos ojos, 
 
por un amor perdido 
 
entre alcohol y una rocola 
 
historias idas narraba, 
 
de un lobo errante y nocturno 
 
que en una noche de invierno 
 
la arrancó de su jardín y 
 
se la llevó al Averno. 
 
Entre farras, juerga y murga, 
 
la juventud se le iba 
 
y se despertó un buen día 
 
triste, sola y desvalida, 
 
con su caperuza a cuestas 
 
y con el corazón cual cesta 
 
vacía y desvencijada. 
 
De aquello no queda nada, 
 
el lobo errante se ha ido 
 
y con el corazón partido 
 
a ella la ha abandonado. 
 
Y, como sola ha quedado, 
 
llora, de perlas, un río; 
 
sentada, llora la ausencia 
 
del amor que se le ha ido 
 
y, entre trago y trago, recuerda 
 
que bella, ágil y serena 
 
fue ella la niña de otrora, 
 
la mujer triste que ahora 
 
en alcohol ahoga sus penas.  |