Sevilla, hacia 1650, en las intrincadas calles entre la plaza de la Alfalfa, donde estaba un mercado de verduras, y la Puerta de Triana.
¡Esperadme, Celedonio! Me da una punzada en el costado.
¡Corred, corred, Miguelillo! o nos alcanza el alguacil ese.
No puedo más y tengo sed.
En seguida llegamos a la casa en ruinas. ¡No paréis ahora!
Es que pesa mucho este melón.
Pues, ¡haber birlado unas uvas como yo, gilipollas!
No voy a poder saltar la tapia.
Escuchadme, yo voy por delante, me pongo a pie de obra con la espalda doblada, y pisándome, vos la saltáis a la primera, entonces, os lanzo las uvas, las cogéis, yo doy otro salto y ya estamos, adiós, si te he visto, no me acuerdo.
¡Celedonio! que estoy echando los bofes.
¡Ea, Miguelillo! ya llegamos...
Y ése ya se acerca. Derribad aquel puesto al pasar, que lo estorbe un poco y nos dé tiempo a doblar la esquina.
Tranquilo, yo me sé el oficio, vos, preparaos.
Detrás de la tapia.
¡Santo Dios! un minuto más y nos pillaba el cabrón ese.
¡Uf!¡Uf! ¡Me muero!
¡Chico, basta ya de quejas! A ver, ¡ese melón!
¿Tenéis navaja?
Pequeña, pero bien afilada. ¿Os corto una raja?
Que sea grande, ¿eh? Me muero de sed.
Si sólo nos traemos medio melón a casa, ¡menuda paliza nos arrea la jorobada!
¡No seáis palurdo! Diremos que era uno de cala y cata. Huy, madre mía, ¡qué rico!
No mentéis a vuestra madre, que ni sabéis dónde queda.
Pues, más me vale que la zorra de la vuestra, que entrega cuanto gana a la jorobada y os deja a vos en jirones.
¡Callad, o os rajo!
Vale. No os pongáis así. Lo decía por hablar, nada más. ¿Me dáis unas uvas?
Estas negras son de rechupete, ¡majete! Tomad.
Oíd, ¿qué más tenemos aparte de eso? ¿Lograsteis dar tiento a alguna faltriquera en la plaza? A ver.
Sí, la de un gil con calzas verdes, pero no la traía muy abultada. ¡Mirad!
Dos cuartos... y tres maravedís. Bueno, menos da una piedra, ¿eh?
¿Creéis que con eso nos libraremos de la correa esta noche?
Depende. Si los demás pandilleros traen algún que otro escudo de oro, tal vez nos deje tranquilos la vieja alcahueta, pero si todos traemos calderilla, mejor será ahuecar el ala.
Todavía nos queda tiempo. ¿Vamos al río a darnos un chapuzón?
Y ¿quién cuida del melón? No nos lo vayan a robar ¿eh?
Pues, lo escondéis entre los juncos, o nos bañamos por turno.
Mejor. Que todavía me duelen los moratones del otro día.
¡Y lo que a mí me cuecen los muslos con las ortigas esas que usó anoche!
Donio ¿creéis que entre todos podríamos dar al traste con ella?
No sé. Desconfía mucho, la muy zorra. Y ¿a quién acogernos después? No quiero dar con mi pellejo ni en chirona ni en el orfanato, encerrado de por vida.
¿No os gustaría comer caliente?
¿Agua chirle con garbanzos podridos? No, gracias.
En la orilla del río Guadalquivir, no muy lejos del puente de barcas que unía el casco viejo con el barrio de Triana.
Idos a bañar vos primero, cuido de nuestras pertenencias.
¡Ojo! No os larguéis mientras tanto, porque el que me la hace, me la paga.
Tranquilo, hermano. ¿No os fiáis de mí?
De nadie. Eso he aprendido, a costa mía.
Estaré ojo avizor, por si vienen los malditos gitanos.
¡Eramos pocos y parió la burra! Si son varios, recordad lo que os enseñé : cogéis un canuto para respirar y os zambullís entre los juncos.
¡Tengo miedo a las sanguijuelas!
¡Medroso! En el río no hay, ésas viven en lagos y estanques. Y basta con mear encima para que se desprendan.
Bueno, pero no os demoréis mucho, ¿eh?
¿Por qué quisiera yo echarlo todo a perder? Formamos un buen equipo, Yiyo. Mañana será otro día y medraremos.
¡Ojalá sea así!, Donio, ¡ojalá!
©Pierre-Alain GASSE, marzo de 2011.
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