Cuando la inspiración ha dispuesto irse de vacaciones, uno no tiene más que resignarse a escribir de cualquier cosa. Pero, ¿qué es cualquier cosa? La vida misma, por ínfimas que sean las experiencias que nos ocurren o nos rodean, no podría catalogarse como una seguidilla de minutos tirados a la chuña, un albur o una existencia que pasa rauda, como bocado para las horas. Cualquier cosa, suena hasta insultante dentro de los devenires de toda índole que asedian al hombre y a la humanidad toda. Y no hablo de una hecatombe universal ni nada que se parezca, en vista de los numerosos profetas que auguran el fin del mundo, de los tiempos y hasta de la nada, lo que es mucho decir.
Por lo tanto, no es cualquier cosa que algunos científicos hayan conseguido que a un ratoncillo lampiño le haya crecido una frondosa cabellera sobre su lomo, gracias a la inserción subcutánea de células madres. Se acabarán los pelados, dirán algunos y ya estarán imaginando muchos el roce suave de una melena, tipo Cardenal Richelieu, sobre sus hombros.
Tampoco es cualquier cosa, que un sanguinario dictador fallecido hace más de un lustro, haga noticia por estos días, ya que se abrirá un testamento suyo en que se supone que testa una enorme fortuna a sus herederos. El hombre, que fue enjuiciado por enriquecimiento ilícito, murió en medio de llantos y lamentos de sus seguidores y bajo la alegría irracional de sus detractores, como si su muerte tuviera el poder de resucitar a los ajusticiados, aparecer a los desaparecidos y dejar todo convertido en nada. Eso, tampoco es cualquier cosa.
No es cualquier cosa que un niño saudí de cuatro años haya asesinado a su padre porque este no le trajo un juego electrónico. A no dudarlo, tan imbuido como estaba el menor en la virtualidad de los juegos de Play, pensó que sólo le estaba quitando una vida a su padre, una de las tantas que sustentan la base de dichos juegos. Muchos años tardará en comprender este pequeño que ni Play Station es la Biblia, ni los humanos podemos regodearnos con la única vida que se nos proveyó.
Tampoco es cualquier cosa que el rey de España haya viajado al África a matar elefantes, pero convengamos que su poder auténtico es tan nimio que sólo una cacería de esa envergadura podría levantarle el ego. Un rey, en estos días, no se conforma con el tiro a los patitos y eso, no es cualquier cosa.
Así, inmerso en esta existencia que a veces se transforma en algo anodino, surgen estas ideas locas, tan aparentemente descabelladas, pero que, por ningún motivo, podría definírselas como cualquier cosa…
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