Sabía que solo alcanzaría la paz, el día que su vida se encontrase con su muerte, en el mismo camino, ambas en una única dirección. De haber sido un poco más valiente, ella misma habría propiciado antes tal encuentro, pero siempre le tuvo mucho miedo al dolor, al sufrimiento que pudiera ocasionar cualquier forma de morir. Así que esperó... espero a que su muerte llegase lenta, pero firmemente.
Había sido interprete ocasional en el parlamento Ruso, pero allí, las condiciones de vida eran precarias, y alguien le aseguró que en este país podría encontrar algo parecido a un paraíso. Dejó a su pequeña hija de dos años al cuidado de sus propios padres. Desde que la niña tenía pocos meses, el padre las había abandonado a ambas.
Aquel "alguien" nunca le dijo, que en su estancia en el paraíso, tendría que dormir a la intemperie en el gélido invierno, que pasaría hambre, miedo, dolor, desesperación. Aquel "alguien" jamás le mencionó, que tendría que prostituirse para no morir de hambre, ni de frío. Nunca le dijo que sería maltratada y vejada para conseguir un lugar en el que dormir, en que le diesen un plato de comida una vez al día. Aquel alguien no le contó que para poder soportar su existencia en el paraíso, no tendría más salida que huir de su propia realidad arrojándose al abismo de las drogas. Y tampoco le dijo que no reuniría el valor para regresar junto a su familia en aquel estado.
Cuando llegó a la nueva ciudad, supo que conocerla entera le llevaría años... Pero Eva nunca pensó que jamás volvería a Moscú, ni volvería a ver a su hija. Como jamás imaginó que su cuerpo yacería en una fosa común, destinada a sepultar a aquellos cadáveres que no son reclamados por nadie.
(Eva llegó a España en otoño de 2004. Falleció en otoño de 2009).
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