Segismundo, no se quien fue el imbecil que le puso ese nombre, en eso si no se parece a ti, tu nombre es suave como el pétalo de una rosa, meloso, Anabella, a mi se me antoja pegajoso, pero ¿sabes? Me recuerdas a mi gato.
Segismundo se pasea ufano por la casa, con el rabo levantado, exhibiendo con orgullo su masculinidad, “misu misu misu” le llamo con pasión, pero me mira con desprecio y sigue su caminar rítmico hasta la seguridad de su rincón en la cocina. Yo a veces siento deseos de acariciar su sedosa pelambre y me acerco tiernamente a tocarlo, entonces el mal agradecido felino me muestra agresivo sus dos enormes colmillos, así que me alejo defraudado y falto de su amor, ah pero que no le falte la leche, entonces me busca donde esté, y comienza un rítmico pase de lomo y colas entre mis pies, un ronroneo febril se une a aquella coreografía hipócrita que finaliza inmediatamente yo he arrojado un poco de alimento en su bandeja.
En las noches de frío, cuando estoy en mi poltrona cómodamente instalado, y la temperatura baja de forma amenazadora, entonces aparece Segismundo, con su rabo levantado, dando varias vueltas alrededor el viejo mueble, como aquilatando la situación, y luego sin pedir permiso se lanza sobre mis piernas, seguro de que son su posesión y que el las usa cuando quiere, ¿y yo? Pues sabiendo que no siempre podré acariciar su adorada pelambre le dejo estar, hasta que el se calienta suficientemente, entonces se levanta lleno de orgullo, me mira despreciativamente, salta y se aleja tongoneándose hacia su acogedor rincón, ese que yo ya le tengo preparado con gruesas cobijas de lana y edredón puestas sobre una bolsa de agua caliente.
Así eres tu, Anabella de mi alma, hoy quise acariciarte, me miraste fijamente y volteaste tu cara como si yo fuera un esperpento, pero esta noche hará frío, esta noche de seguro me estrecharas contra la pared buscando ese calor que solo yo puedo darte, ay amiga, un día de estos Segismundo va a salir de esta casa a patadas, no te parezcas tanto a el.. |