“La batalla más difícil es luchar contra uno mismo”, pensaba Miguel en su funcional cama de hospital del Centro Médico más exclusivo de Montreal, Canadá. Se acercaba el final después de haber fracasado el trasplante de médula, realizado para tratar su leucemia mieloide. A sus 52 años de edad, Miguel se resistía a morir pues aún tenía muchas cosas que contar en sus escritos. Muchos de éstos se refugiaban en su blog titulado: “escribir es pasión”.
Aunque había nacido en Monterrey, Nuevo León, su padre, excelente abogado, tuvo la oportunidad de asociarse en un prestigiado bufete en Saltillo, Coahuila. Miguel estudio abogacía en la Universidad Iberoamericana. Centro de extensión Saltillo, donde dada su inteligencia se graduó con los máximos honores. Sus padres bien sabían que su hijo había estudiado para abogado sólo para satisfacerlos ya que él al entregarles su título les dijo. “ya cumplí con ustedes y les doy las gracias por permitirme estudiar, pero ahora voy a dedicarme por completo a la literatura”.
A pesar de la decepción que le produjo su hijo, el padre de Miguel le costeó sus estudios en la Universidad de Calgary en Canadá donde obtuvo el grado de maestro en letras españolas.
Como en sueños oyó cuando el médico le dijo: “Lo siento mucho señor Miguel, su caso ya no tiene remedio y es mejor que prepare sus cosas antes de morir”. Miguel al peguntarle “¿Cuánto me queda de vida?”. Recibió una respuesta fría y escueta: “si acaso horas”.
No era posible esta crueldad del destino, no quiso pensar en el dios de los jesuitas ya que hacía mucho tiempo había dejado de creer en él y, ahora se encontraba en la hora de la verdad cuando la vida se apagaría y entraría en la nada.
Pensó con melancolía en el perfil que había escrito en su blog: “Narrador, por desgracia lector cada vez menos voraz, cinéfilo, abogado por error, tele-adicto, misántropo, regiomontano por nacimiento, saltillense de casi dos décadas, montrealense por enamoramiento, mexicano sui géneris y, ya para terminar y sólo con el anhelo de llenar el refrigerador, profesor de español como lengua extranjera”.
“¿Y ahora qué?, siempre he disfrutado de mi trabajo de escritor —se repetía una y otra vez—, no he tenido la satisfacción del triunfo económico, pero no importa, pronto estoy seguro que me publicará una editorial importante”, cuando se quedó dormido por la debilidad que le provocaba su enfermedad.
En la central de enfermeras comentaban la mala suerte del enfermo de leucemia, ya que siempre estaba solo, sin visitas, si acaso en el tiempo que llevaba internado un amigo de vez en cuando lo había visitado, pero su familia —que al parecer sólo era una hermana—, únicamente por teléfono desde la ciudad de Saltillo se comunicaba con él. El motivo que ella dio a la administración del hospital fue que debido a que era notaria pública tenía mucho trabajo en el bufete de abogados al cual pertenecía en calidad de socia, pero que en cuanto a los honorarios —por cierto muy altos— del hospital no se preocuparan pues serían cubiertos con prontitud y regularidad.
—Miguel, no les ha gustado a mis padres ni a mí la idea de que te vayas a estudiar una maestría en Canadá —le dijo Claudia bastante molesta.
En ese momento Miguel supo que su novia quería una aclaración de la situación de ambos y trato de ser vago en su respuesta.
—Pero Claudia que tanto es que nos esperemos dos años más para casarnos como tú quieres.
—Cómo que dos años, si ya llevamos de novios desde la secundaria, ¿no crees que ya es tiempo que regularicemos nuestra relación? —Le cuestionó.
—Tú bien sabes que lo que me gusta, porque siempre te lo he dicho, es la literatura y deseo tener las herramientas para dedicarme por completo a escribir.
—Qué bien, ¿y de que vamos a vivir mientras te haces famoso como escritor?
—Debes tenerme fe, verás que gracias a mi talento pronto seré un escritor muy solicitado, recuerda que ya he ganado dos premios.
— ¿Cuáles premios?
—El de poesía: Miel de abeja y el de reseña cinematográfica: Hoy no se fía.
—Valientes premios, en ambos casos sólo te dieron un “pinchurriento” diploma, y con diplomas no se paga la renta ni el mandado en el mercado.
—Pero es el principio.
— ¡Cuál principio! Lo que debes de comprender es que te graduaste de abogado con mención honorífica en tu examen profesional, tu padre te ofrece trabajo en su bufete y no sólo eso, si no quieres trabajar como abogado postulante con él, entonces mi papá, abogado de la Procuraduría General del Estado de Coahuila, te ayudaría a obtener un magnifico puesto en esa dependencia oficial. ¡Qué más quieres!, no hay excusas, total si quieres escribir, hazlo en tus ratos libres.
El joven abogado sabía que lo que su novia decía era la voz de la razón, pero la muerte de sus ilusiones como escritor, hizo violencia a la razón y contestó con tristeza en su alma:
—Tienes que comprenderme que la literatura es mi pasión y no voy a abandonarla.
—Pues escoge: entre la literatura como tú dices o déjate de pendejadas y nos casamos —este ultimátum lo dijo la muchacha con enojo.
—Es mi oportunidad de convertirme en mujer decente, lo que te pido solamente es que te hagas cargo de la manutención de nuestra hija —dijo la joven mujer.
El abogado, miró a su joven amante y aún se preguntaba el porqué se había enredado con su secretaria, no era bonita, aunque tenía la frescura de la juventud y un anhelo de vivir con simpatía arrolladora. Tal vez fue por costumbre de tenerla cerca en el despacho, por aburrimiento, o por comodidad, realmente no sabía el cómo, ni el por qué comenzó esta relación. Al principio era un juego, pero cuando ella le dijo que estaba embarazada comprendió la gravedad del problema y más cuando su hijo Miguel los vio saliendo de un motel.
—No me habías comentado que me estabas poniendo los cuernos —dijo el abogado.
—No te los he puesto. No soy como tú, que engañas a tu mujer conmigo. Él es un amigo de la infancia que siempre ha estado enamorado de mí y, a pesar de que soy una madre soltera quiere casarse conmigo.
—Me imagino que ayuda mucho este departamento que te compré —ironizó el abogado.
—El departamento es de nuestra hija y es justo que tú sigas manteniéndola.
La mente jurídica del abogado de inmediato comprendió que sus problemas estaban solucionados y, de la mejor manera posible. Por experiencia sabía que los affaires en Saltillo, a pesar de ser capital del estado, rápidamente se descubrían y la pacata sociedad saltillense no perdonaba y más ahora que su mujer y él eran los presidentes del Movimiento Familiar Cristiano.
Después de un tiempo te sorprenderás de lo que te dijo el médico y aunque tu cuerpo estará debilitado, tu mente no. Pensarás lo que ha sido tu vida y, a manera de escenas retrospectivas como tantas veces viste en el cine cuando emplean la técnica del flashback, harás un recuento de tu existencia.
Empezarás en tu infancia y evocarás lo que te dijo tu madre cuando eras pequeño: “tú fuiste una bendición de Dios, tu hermana tenía trece años cuando llegaste a nuestra vida. Dios nos socorrió sólo con dos hijos y la verdad a ti no te esperábamos”. Así que fuiste el consentido de tus padres y de tu hermana.
Tendrás un recuerdo agridulce de tu hermana que te adoró mientras fuiste pequeño, pero que al ver lo brillante que eras en la escuela secundaria y no se diga en la prepa y en la universidad, se distanció de ti. Ella no fue para nada brillante en sus estudios, rememorarás que tu hermana terminó a jalones la carrera de abogada, su ciclo escolar fue reprobar materias, entonces tu padre le conseguía maestros particulares y sus exámenes los presentaba extraordinarios en el mejor de los casos o a titulo de suficiencia a punto de tronar la carrera. Sin embargo para sorpresa de tu padre, cuando ella empezó a trabajar en el bufete fue una excelente colaboradora, dominó pronto el teje y maneje burocrático de la oficina, lo malo que ella fue como estudiante lo compensó con lo bueno que era en el trabajo. Gracias a las relaciones de tu padre consiguió para su hija el Fiat de notario público, que coincidió con su boda, se casó con el abogado penalista más famoso de la ciudad.
Levantarás los ojos al invocar a tu cuñado. Desde el principio te vio como un ente extraño, comentó a sus amigos que eras gay cuando tu rompimiento con Claudia y que por eso te daba por componer versos, cuentos y todas esas tarugadas de la escritura; criticaba a su suegro por ser tan benevolente contigo y lo que dijo refiriéndose a tu persona: “lo que él necesita es que lo traten con firmeza y le metan el miedo en el cuerpo”. Sonreirás cuando tu cuñado supo que su mujer era muy prolífica y que ya llevaban cuatro hijos en cinco años de casados y, aunque el manifestaba que por ser muy católico aceptaba todos los hijos que Dios les mandara, de una manera vergonzante llevó a su mujer a Laredo, Texas a que le ligaran las trompas.
Te moverás con dificultad unos pasos para sentarte junto a la ventana abierta de tu cuarto de hospital y mirarás a través de ella un paisaje virtual que sólo tú puedes adivinar y desear y, cavilarás sobre la imagen de tu madre, siempre ocupada en las labores de la casa a pesar de los sirvientes que la ayudaban, en su papel de madre y esposa abnegada, soportando estoicamente los pecados de su hipócrita marido. Sin embargo meditarás que ella hasta su muerte fue la gran simuladora. Navegaba por la vida en su papel de mártir para obtener todo lo que quería.
Consultarás el reloj, después de fumar tu pipa —que a escondidas te facilitó la afanadora que arregla tu habitación—, y al ver que es temprano, sentado en la mecedora junto a la ventana dormitarás un rato y al despertar pensarás en tu padre, el abogado de lujo de Saltillo. Al principio él te alentaba en la lectura, pues tenía la idea de que todo abogado debería de tener una sólida cultura. Cuando terminaste la preparatoria te exigió que estudiaras derecho ya que era la tradición familiar desde tu abuelo. No protestó cuando al mismo tiempo estudiabas letras españolas siempre y cuando fueras bien en los estudios para abogado, pues tenía la amarga experiencia de los estudios de tu hermana. Dado que siempre estaba ocupado y como tú eras un alumno brillante se desentendió de tu persona y fue cuando te integraste a diversos talleres de narración. En el último año de la carrera por casualidad viste a tu padre salir de un motel de paso con la que era entonces su secretaria particular. Él no pudo esconderse de tu mirada y aceleró su automóvil. Tanto tú, como él, como dos hombres de mundo jamás comentaron el incidente, pero a partir de entonces se facilitó tu futura vida de escritor. Con un gesto de tristeza estuvo de acuerdo que fueras a Canadá a estudiar letras españolas, a lo mejor pensaste en ese entonces, que él sentiría alivio de tenerte lejos de la casa. No podrás quejarte de tu padre siempre te ayudó económicamente hasta su muerte. Qué útil fue su dinero, pues con tus trabajos literarios no ganabas para vergüenzas cuando eran rechazados, una y otra vez, de todas las editoriales a las que mandabas tus escritos y, lo malo no era el rechazo, sino el silencio con que te retribuían.
Caerás en ese sopor, caerás hasta el fondo de tu sueño de escritor, que es tu única salida, tu única negativa a la locura ahora que estás muriendo. Al fin pensarás en lo que has tratado de evitar, relatar tu propia vida. Cuando terminaste tus estudios de maestría te quedaste a vivir en Montreal, una ciudad civilizada donde te comprenderían y donde empezarías a tiempo completo tu actividad de escribir. Desde el principio vivirás en el conjunto habitacional de un edificio de los llamados “inteligentes”, donde hay de todo: Mall, gimnasio, cines, alberca, oficinas y cómodos departamentos como el tuyo. Eso sí, muy caro, pero con la ayuda de tu padre al principio y cuando éste murió, tu hermana en un gesto de solidaridad que mucho has agradecido fue posible que vivieras en una burbuja de riqueza, aunque en el fondo fuera virtual, por lo que tuviste que dar clases de español y en la eterna búsqueda del dólar (aunque fuera canadiense) en múltiples subempleos literarios: talleres de narrativa a señoras ociosas, reseñas cinematográficas en revistas de mala muerte casi de gratis, participar como escritor fantasma para políticos que “escribían su libro” y un largo etcétera.
Te sorprenderás que tu hermana te ayudara, cuando desde el principio estuvo en desacuerdo de que te hubieras ido a Canadá a vivir una vida de inútil según ella, cuando en el bufete de tu padre había mucho trabajo y era necesario tu esfuerzo. Rememorarás cuando ella te escribió en un correo electrónico: “ni se te ocurra volver a mandarme tus mamotretos, primero porque no me gustan y segundo para que no sientas que yo estoy conforme con que escribas puras babosadas, si me mandas esos engendros por correo, ni los abriré y de inmediato los borro y si tus escritos viene por estafeta los quemo.”
Lograrás con mucho esfuerzo volver a la cama y agradecerás que en el cuarto no haya espejos que revelen tu decrépita humanidad, la enfermedad en cosa de meses te ha hecho perder más de treinta kilos (aún no estás acostumbrado a manejar libras como lo hacen los anglosajones).
A Claudia, la verás en tu memoria cuando en unos de tantos viajes que hacías a Saltillo para recargar las pilas según tú, la encontraste felizmente casada, madre de dos hijos y te saludo con indiferencia. Al preguntarte ella ¿cómo te había ido con eso de ser escritor? Descubrirías la facilidad que tenías para mentir, al contarle que eras un escritor famoso y que te habían traducido a muchos idiomas, pero por desgracia aún tu obra no había llegado a México, que tu viaje a este país era para acelerar este proceso. Prometerías a la única novia que has tenido mandarle tus libros. Desde luego nunca lo harías.
Y como siempre te refugiarías en los brazos de tantas damiselas fáciles que encontrabas, al principio, cuando eras joven por supuesto amor, la química de dos seres que se encontraban, pero a medida que pasó el tiempo que lo único que sabe es añadir años y con eso perdiste tu apostura no te quedó más remedio que el amor comprado, la ilusión efímera que por un momento es eterna, pero siempre deja un sabor amargo de indolencia, fastidio y sabor a suicidio.
En tu último viaje a Saltillo antes que te enfermaras, visitarías a tu media hermana, la hija de la antigua secretaria de tu papá. El motivo ni tú lo sabías, acaso por bondad o en el fondo por pura curiosidad. Ella era médico familiar y estaba casada con otro médico, especialista en ginecología. Te alegrarías del gusto que les dio conocerte, ya que nunca habían recibido una atención de tu familia. Conviviste con ellos y te hiciste amigo de su hijo adolescente, feliz de saber que eras escritor, ya que él era aficionado a los libros de aventuras.
Platicarías largas horas con tu sobrino, pues con placer comprendiste que era un alma gemela, era igual que tú cuando eras adolescente. Sus lecturas habían sido variadas y te contó de su admiración por el autor del detective Sherlock Holmes, de Agatha Christie, de Alejandro Dumas. Tú le mencionaste varios buenos autores que serían de mucha utilidad para él. La última vez que lo viste le prometiste, ya que no tenías hijos nombrarlo su heredero. No te imaginarías que en poco tiempo la enfermedad haría presa en tu organismo y tendrías entonces que cumplir tu palabra con tu sobrino.
Pensarás acaso que tu sobrino sería el equivalente al amigo de Franz Kafka, este amigo de Kafka, en el lecho de muerte del escritor le prometió a él, cumplir con su deseo de destruir todo su trabajo literario. Desde luego después de la muerte de Kafka, cuando su amigo revisó los escritos, en lugar de destruirlos los publicó y fue el inicio de la fama y la inmortalidad de Franz Kafka. Soñaras en tus desvaríos de agonizante que si en vida no fuiste famoso, gracias a la morbosidad que la gente tiene con los muertos tus escritos gozaran de merecida fama.
Te maravillarás cuando en una tarde de primavera, la sombra de la muerte, media hermana del sueño, se abatirá sobre ti.
Es la hermosa Catedral de Santiago Apóstol, ubicada en el centro de la ciudad de Saltillo, una de las joyas arquitectónicas del Estado de Coahuila. Su fachada labrada en filigrana de complicado barroco, tiene la figura de la tiara pontificia, símbolo de la arquitectura de la Contra Reforma y manifestación ostensible de la catolicidad del pueblo saltillense. El portón principal ofrece un extraordinario trabajo en talla de madera con las imágenes de San Pedro y de San Pablo esculpidas en cada una de sus hojas. Describir el interior de la misma es obra de titanes por el esplendor y su belleza.
En este lugar de catolicidad se está llevando a cabo la misa de cuerpo presente de Miguel, uno de los hijos de una familia de abolengo en la ciudad de Saltillo. Oficia la misa el Excelentísimo y Reverendísimo Señor Obispo y es ayudado por dos sacerdotes.
—La misa ha terminado podéis ir en paz —dice el Obispo.
¡Qué te cuento, güey —exclamó el sobrino de Miguel— pa’ pinche herencia que me dejó el cabrón tío!
— ¡Ora güey! ¿Cuál tío? —Preguntó el amigo.
—Pos el que vivía en Canadá, y que decían que era escritor.
— ¿Tú lo conocías?
—Clarines, era medio hermano de mi mamá, pertenecía a la otra familia del abuelo, el licenciado, son gente muy estirada y se creen mucho, pero este güey parecía buena onda.
— ¿Cuándo lo conociste?
—El año pasado cerca de navidad vino a visitarnos a la casa en buen plan, a mi papá le regaló un güisqui que hacen en Canadá, no me acuerdo que le dio a mi mamá, pero lo mejor fue lo que me regaló a mí, una laptop muy chingona, ya ves como me la envidian en la escuela. Hasta a ti güey se te antoja, ¿a poco no es cierto?
— ¿Sólo eso te regaló?
—Al principio sí, pero después me lo trabaje para ver que más le sacaba.
—O sea que lo barbeaste como haces con los profes de la escuela, pues eres bien lambiscón grandísimo cabrón, ¿cómo lo barbeaste? —Quiso saber el amigo.
—Pues hablándole de libros.
—No te la bañes güey, si tú ni madre que hayas leído un libro, si no lees los que encargan en la escuela, así que conmigo no te la recargues.
—Cuando el tío me preguntó que leía, al principio no sabía que chingaos decirle, pero que se me prende el foco y agarre un libro policiaco que estaba leyendo mi mamá y le dije que era mío. De inmediato el güey que me da una lección sobre la autora del libro. Yo ni sabía que era mujer. De ahí pal real no hubo problema, pues la mayor parte se la pasaba hablando de escritores que quería que yo leyera, claro que le decía que sí, pero ni madres que leyera esas pendejadas.
— ¿Y qué le sacaste?
—Antes que se regresará a Canadá me dijo que pensaba nombrarme su heredero, yo lo verdad no le creí, y además me pregunto en qué me podía ayudar para avanzar en mis estudios. Yo creo que el güey quería comprarme libros, pero le dije que necesitaba, no sólo hablar por teléfono, sino que además consultar el internet cuando estaba en clase, ¿y qué crees? Qué le bajo su BlackBerry.
— ¡Ah cabrón, sí qué eres chingón! ¿Y qué onda con la herencia?
—Pues fíjate, que el güey se comunicaba con mi mamá y conmigo por correo electrónico y, hará cosa de un mes que nos cuenta que estaba enfermo y a punto de morirse, por lo que me nombraba su heredero. ¡Voladota que nos dimos en la casa!
—Tengo entendido que se murió rápido ¿verdad?
—Sí, se murió de a lión en Canadá, pero su hermana, la abogada que se cree muy chingona porque fue diputada, que se trae el cuerpo y le hizo una misa de cuerpo presente en Catedral.
—Desde luego fueron a la misa.
—Claro, fuimos a ver qué oíamos. Por cierto la misa fue por todo lo alto, la ofició el mero chingetas: el Señor Obispo. Pero a nosotros ni nos pelaron.
— ¡Ya no me la hagas de emoción güey! ¿Y la herencia?
—Una semana después de la misa a medio día cuando estábamos comiendo, llegaron un titipuchal de cajas bien embaladas acompañadas de un sobre con una hoja pero escrita en inglés. Cuando la leyó mi mamá, qué si le hace al idioma inglés, que grita muy contenta: “tu herencia hijito”.
— ¡Ah jijo! ¿Y qué llegó?
— ¡Anda güey, nomás de acordarme me da coraje!
— ¿Por qué?
—Abrimos todas las cajas y sólo eran libros escritos por el cabrón de mi tío y un chingo de papeles, y lo qué más coraje me dio fue que mi papá no dejaba de reírse y burlarse de mi mamá diciéndole: “ya ves pendeja con lo que salió tu hermanito” y, a mí me dijo: “anda hijo tienes suficiente papel para empapelar tu cuarto” y estaba muerto de la risa mi cabrón jefe. Pero lo peor, es que lo único bueno que llegó fue un lector de libros electrónicos, esas tabletas donde se almacenan libros, música, videos y además cuenta con internet. En esa tableta decía la carta que estaba toda la producción literaria del tío. El cabrón de mi papá que se la apropia, desde luego borró todo lo del tío y me dijo, tú ya tienes tu BlackBerry, así, que esta tableta es para mí, el vencedor. Lo malo es que se seguía riendo.
— ¡Qué mala onda la de tu jefe! ¿Y qué pasó con los libros y papeles?
—Anda, eran un madral, mi mamá estaba bien encabronada por lo que se consiguió un viejito pepenador y le regaló todo.
— ¿Viejito pepenador?
—Sí, esos cuates que se dedican a recoger en la basura, papeles, periódicos, botellas de plástico y otras cosas para llevarlas a reciclar.
|