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Esta canción que tanto no entiendo, me gusta mucho, está narrando una vieja estúpida historia de amor, está escrita en un lenguaje algo antiguo que alguna vez quise aprender. Lo sé porque me recuerda cosas que ya no recuerdo, de una pequeña vida distante que existió mientras yo no habitaba en este mundo. Se resbala esta balada insulsa sobre el espejo que está en la esquina de mi olvidada habitación, ella alguna vez estuvo allí parada, mirándose el cuerpo desnudo bañado en sudor y apreciando el rojo de su sexo desventuradamente torturado por mis ganas. La imagen sólo se ilumina por un tenue haz de luz que se filtra mortecino por la ventana, la cortina está rota y la puerta suena, mi cabeza explota del letargo que me enmudece y escapo del manojo de recuerdos resbaladizos que me observan colgados desde los muros de aquel oscuro lugar.
Sé que no hay nadie allá afuera, se que sólo es la puerta sonando una vez más, así que me abrigo con la camiseta más liviana que tengo para buscar convivir con la fría tarde y escapo. Reviso mis bolsillos y dispongo de lo suficiente para disfrutar del regalo de la ciudad que apenas comienza a percibir la caída de la noche, noche que está dispuesta a aplastar mis miedos y a brindarnos una engañosa felicidad cubierta de neones estrafalarios. Pido una cerveza fría y me siento a escuchar una buena guitarra gritona, disfruto de cada tonada mientras la observo escribir en un papel la cuenta de mi pedido. Ahora estoy melancólico.
Salgo y camino un rato, me siento en el parque y destapo una de brandy y a bocanadas grandes sorbo para agotar rápidamente el contenido, ahora me siento un poco ebrio y reconozco alguna cara distante que me saluda; alzo la mano y converso un rato, comparto la botella y me despido. Regreso al bar y pido una cerveza, le hablo e inmediatamente ella sonríe, le tomo la mano y trasgredo sus secretos con mi voz estúpida y borracha, me despido y le indico que volveré exactamente a la hora en que haya salido, no le pregunto la hora exacta, ni preciso detalle alguno, igual ella sólo es una sombra que habita en alguna pared de de mi casa. Ahí, unos momentos después de fumar un cigarro, masticar un chicle y sorber otra cerveza, la tomo de la cintura y la guío despacio, me detengo en la mitad del parque y le clavo mis ganas en su boca, resbalo mi lengua sobre sus dientes y ya estamos en mi cama. La tomó durante largo rato y la exprimo hasta la saciedad, las sombras de mi guarida se debocan con sus alaridos. Me tiro boca abajo sobre la cama húmeda y la observo ir hacia el baño; su desnudez ilumina el cubículo y el aroma de su sexo hunde mi cerebro en un sopor maligno, ella vuelve hacia mí pero se da cuenta del espejo y se queda petrificada ante él, se le acerca despacio y comienza a reparar del sudor resbalando sobre sus firmes muslos, se voltea para observar sus nalgas y deja frente a mis cansados ojos, su sexo que me arrastra sobre mis pesados párpados. No quiero dormir pero no soporto tanta luz, tanta belleza, tanta agonía. Ella se mira hasta el amanecer deslumbrada por su feminidad escurrida entre sus piernas, Despierto y ya no está, verifico el espacio y con la ligera luz filtrada por la ventana se ilumina el espejo lleno de ella, la observo desnuda mientras suena esa canción que tanto me gusta, que tanto no entiendo y que está escrita en un lenguaje que alguna vez quise aprender. La noche me espera afuera, acaban de tocar a la puerta.

Texto agregado el 25-04-2012, y leído por 79 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
25-04-2012 Me agrada tu decir intimista y descarnado. Sin adornos. ZEPOL
 
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