Te das la vuelta un segundo y cuando vuelves a tu posición original ya todo ha cambiado, todo se ha vuelto al revés. Y no es que sea malo cambiar, sólo es que un cambio en medio del descuido puede dejarte perdido por bastante tiempo; y el tiempo perdido, los santos lo lloran. Enamorados, juntos, creyendo en la imposibilidad de la separación, esperando que los niños crezcan y se reproduzcan, amen y mueran. La vida tranquila se ve observada desde otro ángulo cuando nos atrevemos a romper el ocio de continuar.
Esas piernas largas y delgadas que asombran mientras cruzas la calle. Esa calle a que has llegado por cuestiones de trabajo y nada más. Esos ojos que engendran deseos en quien los mira, toda esa figura escueta y delgada, casi anoréxica que me agrada en las mujeres. Y de pronto te acercas sólo para preguntar como es esta dirección y descubres que estás ahora absorto en el aroma del perfume que se conjuga dulcemente con el calor de la mañana, con el maquillaje resbalando suave con el sudor de su cara, tan imperfecta tan caduca por los innegables años que destruyen la juventud, y yo, excitado, algo descontrolado preguntándole por esa dirección que tal ves no existe, mientras me imagino su blusa resbalando suavemente por su espalda erizada al tacto perverso de mi imaginación, que descontrola el espacio y el tiempo, y que se ha acordonado en mis labios para preguntar ¿podrías colaborarme con esta dirección?
Mueve su boca suavemente, en cámara lenta, destartalando el universo con los movimientos de sus labios partidos mientras me responde “que claro, que con gusto me acompaña, que no estamos lejos de allí”, no va más compañeros. Has alcanzado el clímax y comienza el correteo con las palabras más adecuadas, mientras caminas a su lado y observas de reojo como su ropa íntima se transparenta a través de ese vestido ceñido. “Esta es la octava con quince” y lo que me queda hacer es dar las gracias y acariciarla con mi mirada que ha dejado de ser perversa para llenarse de un halo de nostalgia y amor que la recorre de recuerdos creados en cinco eternos minutos de deseo y de imágenes inexistentes.
Me atrevo a preguntar por qué el cielo ha arrojado a un ángel tan hermoso de sus terrenos, y ella sonrojada sonríe aceptando el trillado cumplido, haciendo valer el dictamen de triunfo. Se hace un movimiento rápido y su aspecto de diosa esta contra mi ahora, yo sólo deseo tenerla en mi teléfono móvil y después, ávidos, mis dedos están grabando su número (cálida ecuación de mis infidelidades) en el mismo y al inicio de todo, la despedida insulsa, el beso en la mejilla, las ganas de estallar de felicidad, mientras ella se aleja moviendo esas caderas de oro puro.
Por otro lado aquí está la dirección, he entrado. Y uno no se percata que en el trabajo de Parloteo se ha gastado más de 20 minutos y que se ha llegado tarde al negocio del que depende tu estadía en esa empresa aburrida que te mantiene a diario. Ah ya nada que hacer. Regresas a la sucia oficina mientras vas en el bus pensando en lo único que le está dando razón a tu vida llena de cosas monótonas (una familia, niños creciendo, una oficina resguardada y una mujer que no llena más que el espacio del sueño en una cama compartida).
¿Qué como que no pude realizar la transacción? que ¿qué diablos pienso de la vida? ¿Qué cuando voy a madurar como trabajador? Ay señor jefe, trépese su dignidad por donde más cerca le quede de la entrada del club al que usted y su infeliz familia pertenecen. Salgo corriendo y mientras huyo de aquel espantoso lugar, tomo mi móvil y busco presurosamente el número de la desconocida que está destartalando el mundo en el que habito como un parásito, a la espera de todas las esperanzas y sueños, sueños que alguna vez abandoné por la mentira de ser feliz en la decadencia de creer que se puede alcanzar la decencia, la pulcritud de no desear saltar por la borda (como dijo un amigo imaginario alguna vez), de estimar a los amigos, un trabajo bien remunerado, toda esa alternativa del mercado pintada de colores viciados por el consumo de cosas necesarias, que dejan de serlo, tan pronto aparece un nuevo modelo, y lo peor a veces tan difíciles de conseguir. Me tiembla la mano mientras oprimo el botón verde de mi móvil (pasado de moda por supuesto) y ella me contesta, me sonríe a través de las ondas electromagnéticas para aceptar verme.
Ahora aquí al frente de mi, mientras deseo poseer esa figura que no habita en el lugar en el que floto a diario, voy descubriendo lentamente que su sonrisa se desfigura a cada palabra absurda que escapa de su boca, que me habla de la discoteca nueva a la que quiere que la lleve, del colegio hermoso y caro al que asisten sus hijos “¿y los tuyos a cuál van?” , a la parafernalia de el escape de un polvo furtivo, que hace que todo sea más divertido “en la relación de pareja”. Estamos desnudos y sudorosos ahora, un cigarrillo resbala entre sus dedos y sin hablar nos largamos sabiendo que somos muy parecidos para volvernos a ver (para que, el sexo estuvo excelente), que las sábanas siempre se pueden lavar y quedar como nuevas. Carajo como extraño mi casa, mis hijos, mi familia, el ataque de decencia y de espositis (entiéndase como me dio la de amor por mi esposa) me agarra de la camisa, el sueño de carro propio me toca la espalda para recordarme que ahora estoy desempleado. Bárbaro, bárbaro.
Llego a mi hermosa casa azul, y en la puerta paro y pienso que diablos voy a decir, y por encanto algo se me viene a la cabeza:
“Hola mi amor, si te contara lo que me ocurrió hoy”.
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