Se puso mejor traje, su espléndida gabardina, se sentó en una silla en mitad de la habitación, encendió un cigarro, colocó su sombrero en la mesa, aún notaba el olor a té recién hecho mezclado con el del pegamento del papel pintado recién puesto que adornaba las paredes, eso sí, el olor a polvo había desaparecido.
con su guantes blancos, inmaculados, sostuvo la taza de té, la base sobre la mano izquierda, el asa con la derecha, como demandaba la alta sociedad. el windsor de su corbata se había aflojado, era una de esas cosas que le hacía entrar en una de las mas ásperas decepciones, no pasaba nada, se lo apretó hasta casi estrangularse.
La ventana estaba bien cerrada, no quería que el ladrido de ningún perro entorpeciera el paso de las agujas de su reluciente reloj de pulsera. Él no necesitaba perros, ni ninguna mascota, no tenía ningún hueco afectivo que llenar con un animal que siempre resultaba inoportuno en las grandes ocasiones, como aquella.
Apagó el cigarro, aderezó la espalda, examinó uno a uno los cuadros y las fotos de la pared. Escudriñó cada una de las sensaciones, exploró cada uno de los recuerdos contenidos entre aquellos marcos, cerró bien los ojos, tanto que no entorpeciera ningún rayo de sol, acercó el frío y limpio acero a su sien y apretó el gatillo...
Un montón de recuerdos se esparcieron, gelatinosos, por ese magnífico y recién puesto papel pintado de todos verdes que decoraban la habitación.
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