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Moscas

Raúl despierta angustiado. Su corazón late con inusitada violencia. Comprende que ha tenido una pesadilla de la que no recuerda nada.

Es de noche todavía porque no ve nada de claridad. Se trata de orientar. ¿Dónde está? Se toca el cuerpo y se da cuenta que está vestido y en una cama, eso lo percibe bien, porque tiene la ropa puesta.

Tantea el costado de la cama y reconoce una mesita de luz. Toca la lámpara que allí hay y se le antoja que debe ser de bronce. Busca a tientas el interruptor que cuelga de un cable del artefacto y clickea para encender la luz, pero no funciona. Supone que la bombilla está quemada.

La oscuridad es absoluta y no consigue darse cuenta dónde se encuentra. Se incorpora y con los brazos hacia delante camina unos pasos. Encuentra una pared que lo sorprende por lo fría.

Piensa: “Si sigo por la pared encontraré una puerta o el interruptor de luz de esta habitación”

Camina deslizando su mano, sin levantarla, por la pared, hasta que llega a un rincón de la pieza. Desde allí continúa palpando la otra pared y caminando lentamente por temor a tropezar con algún mueble. Así llega al otro rincón.

Mentalmente saca la cuenta. Son dos muros de 5 metros aproximadamente cada uno. En alguna de las otras paredes debe estar la puerta. Recorre caminando junto a la pared sin levantar la mano de ella, hasta llegar al rincón.

“¡Maldición! La puerta está seguramente en la última pared” piensa disgustado.

Se imagina que estaba en una habitación de 5 por 5 metros, más o menos, y en el medio de la pieza, la cama y la mesita de luz.

Recorre la otra pared buscando la puerta o alguna ventana, sin resultado alguno.

“A no ser que esta pieza sea pentagonal y tenga otra pared, donde sí debe estar la maldita puerta” rezonga fastidiado. Vuelve a recorrer la pared, pero esta vez a paso más rápido y palpando con las dos manos, pero es inútil.

Piensa que debería dejar alguna señal en una de las paredes, para volverlas a recorrer y saber si son cuatro paredes o más. Incluso podría ser un laberinto.

No tiene nada para clavar y se le ocurre mojar uno de los muros, orinándolo y volver a recorrer para saber si esta en una habitación cuadrada o de otra forma.

Orina sobre la pared tratando de mojarla lo más alto posible, para no perder la marca. Nuevamente se pone a caminar tocando los muros con ambas manos y después del cuarto rincón encuentra su marca.

Reconoce entonces que se encuentra en una habitación cuadrada de unos 5 metros de lado.

Pero… ¿Por donde se entra? O mejor aún… ¿Por dónde se sale de allí?

Decide que en alguna parte del suelo, en el piso debe haber una entrada con alguna tapa. Se arrodilla y partiendo de la marca, ya que se ha formado un pequeño charco, va buscando en el piso, tratando de hacerlo de modo ordenado para no dejar nada sin revisar. Se golpea duramente la frente al chocar con la cama y enfurecido la arrastra hasta ponerla junto a la pared mojada, en el sector que ya ha revisado. Lo mismo hace con la mesita donde se encuentra lámpara sin luz.

Se da cuenta que la lámpara de bronce que está sobre la mesita no está conectada a ningún enchufe. Se pone a meditar. La lámpara tiene el cable muy corto y no podría enchufarse en la pared desde el centro de la habitación.

En alguna de las malditas paredes debe estar el enchufe.



¿Convendría seguir buscando la tapa o compuerta a oscuras en el piso? O ¿mejor sería buscar el enchufe en alguna de las paredes para conectar la lámpara y buscar con luz? Se decide por la segunda opción y de rodillas recorre las paredes, buscando el tomacorriente, más o menos a la altura en que se suelen colocar normalmente.

Al terminar de recorrer los cuatro muros del cuarto, sin lograr encontrar el enchufe, sube la búsqueda medio metro más arriba, luego otro medio metro más y por último busca hasta donde le alcanza el brazo en alto. Queda convencido que en la habitación no hay ningún enchufe eléctrico y tampoco puerta ni ventana alguna.

Tomó la lámpara de bronce y con furia se pone a golpear las paredes, rogando que alguien lo escuche. Grita hasta quedar ronco, pidiendo ayuda, pero su voz parece esfumarse en la lóbrega oscuridad.

Recuerda que no ha terminado la búsqueda en el piso y casi arrastrándose lo recorre innumerables veces.

Con desaliento, imagina que la entrada tiene que estar arriba, en el techo de la habitación. Probablemente es un sótano, accesible con alguna escalera portátil, que bajan para entrar y al salir la retiran.

Tendrá que buscar esa entrada. En la oscuridad reinante, no puede saber a que altura está el techo. Tratando de comprobar la distancia lanza la lámpara hacia arriba y la siente chocar, cerca, cerquita. El cielo raso de la habitación no puede ser muy alto. Está agotado, con los nervios tensos por la situación por la que está pasando y por el cansancio natural de su infructuosa búsqueda. Le espera una larga faena. Deberá poner la mesita de luz sobre la cama y subirse en ella para buscar en el cielo raso. Si no encuentra la abertura deberá correr la cama una y otra vez para



asegurarse de no dejar ni un espacio sin revisar. Descansa un rato, tendido sobre la cama en la más completa oscuridad. Se pregunta cómo ha llegado allí, quién pudo traerlo y dejado encerrado en ese sótano.

Prueba subiendo la mesita a la cama y luego apoyándose en la pared consigue treparse a la mesita que se mueve terriblemente al hundirse de algún lado en el colchón. Pero en puntas de pie y estirando los brazos logra tocar el techo.

Tendrá que encontrar la puerta trampa, aunque le fuese en ello la vida.

En ningún momento piensa en esperar a que vinieran por él. Ignoraba quienes son y de sólo pensar en lo que ha sufrido por culpa del viejo Ford de su abuelo. Recuerda vagamente lo pasado. Se detuvo el motor del viejo auto y un viejo apareció ofreciéndole ayuda. Igualmente recuerda a una antropóloga llamada Celeste y una visita a una morgue, donde creyó ser descuartizado. Se ríe sin ganas. Conoce perfectamente la causa de sus alucinaciones. Antes de salir de viaje se despidió de sus amigos jugando un partido de fútbol y luego fueron a tomar un trago por ahí. Uno de sus amigos, el Mexicano Seco, le agregó a su bebida un preparado que llamaba Jumbo por los “viajes” que proporcionaba. Sabía que era un mezcla de coca, ácido lisérgico, un toquecito de mezcal y algún otro alucinógeno. Entre risas lo bebió sin imaginar que tendría un efecto retardado tan grande que lo hizo imaginar todas esa cosas de la morgue y la antropóloga.

Hasta allí llega su pensamiento lógico.

Se serena, se sube a la tambaleante mesita de luz y comienza la búsqueda. Al segundo intento, sus dedos tocan lo que busca. Como sus brazos no alcanzan lo suficientemente alto para empujar la tapa y levantarla, baja a buscar la lámpara de bronce



y subiendo nuevamente empuja con ella y logra levantar la tapa que se abre y cae para atrás con un golpe seco.

Arriba también está oscuro. No se ve ni siquiera un rayito de luz. Solo se escucha un ruido sordo que se acerca. Le parece reconocer el zumbido de un enjambre de avispas, o de abejas o de moscas. Sí, son moscas, grandes, pesadas, seguramente de un asqueroso color verde. Entran por la puerta trampa zumbando enloquecidas y se le posan en los brazos, en la cabeza, en la cara. Asqueado, manotea tratando de espantarlas de su cara, mientras piensa que las moscas no vuelan en la oscuridad.

Algunas moscas se le meten en la boca y mientras pugna por espantarlas de su rostro, quiere frotarse los ojos para aliviar la picazón y se encuentra…

Sus dedos temblorosos encuentran, solo dos cuencas vacías…

Texto agregado el 24-04-2012, y leído por 230 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
25-04-2012 Buuuummmm, casi me muero del susto. ******** avefenixazul
25-04-2012 Me has impresionado!!! No creí que eras capaz de escribir así, jamás. Claro que para un buen escritor, cualquier género es válido para mostrar su talento. ***** MujerDiosa
24-04-2012 Excelente historia.La has narrado tan bien que por momentos creí ser claustrofóbica.Final impensado.Mis******** Beso de luz, Ma.Rosa. almalen2005
 
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