Entraron por la ventana; es obvio, no tenían llave.
La cabaña estaba helada, porque, obviamente, no había calefacción.
Cuadros en las murallas, un camarote, una mesa, un par de sillas, una cocina, una escalera… En el segundo piso, una cama…
-Sube primero – Dijo él
Ella reconoce el lugar, había estado allí antes; en las mismas circunstancias, con el mismo hombre; con él, su único hombre…
Con la linterna, porque, obviamente, no había luz eléctrica, ella inspecciona el colchón.
Al parecer, no eran los últimos en estar allí…
Ella enciende una vela. Él la mira a ella…
-Hagamos esto rápido - Dice besándola y llevándola hacia atrás.
-¡Uy!, me sorprendes… no hay ningún apuro – Se voltea ella, y en un segundo es ella la que está sobre él.
Ambos se quitan mutuamente la ropa; ya lo saben hacer bien, y eso que es sólo la séptima vez para ambos; para ella y para él, ambos, los únicos amantes para el otro…
- Wow, que rápido vas, nuevamente me sorprendes – Susurra jadeante ella.
- ¿Voy muy rápido? – Pregunta él – Sorry entonces – Dice al ver la afirmación en los ojos de ella.
Ambos, casi desnudos, a la luz lavanda de esa vela, acariciándose y besándose…
¿Expertos? No saben nada. La práctica hace al maestro.
Él sobre ella. Lo siente. Duele, pero gusta a la vez. Penetra, por completo casi. Se mueve, ambos se mueven. Ella lo besa, lo abraza. Él le toma el pelo, fuerte, suave. Suave; acariciándola, y luego, más fuerte, más rudo.
Entra, sale un poco, sólo un poco; para entrar con más fuerza, más rápido. Ambas respiraciones en la misma frecuencia, y un “te amo” jadeante que sale de los labios de él. ¿La ama? Buena pregunta. Entre los jadeos ella dice que sí; que también lo ama, está segura; y eso, que casi lloró la primera vez; casi, porque ese día no fue la primera vez, y sí, lloró, porque escuchó algo que no quería oír. Lo ama, pero, estaba llena de dudas.
Latidos más fuertes, un calor en todo el cuerpo. Él en ella. Ella en él. Las manos de él en ella. Ella besándole su hombro. Se fue. Eso fue todo. ¿Eso fue todo?
Él se sienta en la cama; se comienza a vestir. Ella lo observa, observa esa espalda que alaba, esa espalda por la que daría todo; por la que daría todo lo que tuviera, si ya no lo hubiese dado todo. Tumbada en la cama lo ve vestirse, suplicando un abrazo. Se acerca a besarle la espalda. La besa…
- Vístete – responde sereno y seco él.
Ella no dice nada. Busca su ropa.
- ¿Donde están mis pantaletas?
- Están ahí – dice apuntando él.
Ambos vestidos, sin un beso, se van. Abandonan la cabaña. Él le toma la mano. Se suben al bus. Se sientan. Él la besa, apoya su cabeza en su hombro y llora; la ama demasiado.
“Sólo porque alguien no te ame como tú quieres,
no significa que no te ame con todo su ser”
(“Trece líneas para vivir” (Línea 3)
Texto atribuido a Gabriel García Márquez)
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