¿En dónde me encuentro? La respuesta es fácil: el altar de sacrificios. Los chamanes me han elegido como ofrecimiento a la diosa, por muy honorable que yo pueda ser, el hecho de arrojar mi vida de esta forma es tan solo un retazo de todo lo que tengo por delante, por supuesto, como todo mortal, también le temo a la muerte.

Desde que era pequeño llegó desde el horizonte una bella dama, su forma era humana, pero era la reencarnación de la diosa de la naturaleza, el recipiente que contenía a la deidad era un ser hermoso en todas sus características, todas sus facciones físicas, su alma reflejada en sus ojos, incluso su piel, parecía cálida como el sol, su belleza era inigualable, era correcto afirmar que no era de este lugar.

Junto a ella, una criatura, era un animal que nunca habíamos visto, nadie de nuestra tribu sabía qué era. Me equivoco, no era un animal, tampoco un humano, era la misma naturaleza, parecía estar compuesta de ella misma, tierra, rocas, hierba, incluso flores, era nuestro propio hogar, un ser hecho de nuestro pueblo, nuestras tierras.

Era su guardián, su custodio, la vigilaba y nos mantenía a cierta distancia de ella. De alguna forma podía gruñir y generar sonidos, era obra de una diosa, no había duda alguna. Sin embargo, ella no nos dirigía palabra alguna, nos escuchaba, nos analizaba, estableció un pequeño sector como su tienda, ahí pasaría algún tiempo antes de marcharse más adentro a las montañas.

Nuestra gente traía ofrendas, comida, en su mayor parte papá, trigo y quinua, ella consumía una pequeña cantidad y su guardián devoraba el resto de un solo bocado. Con el paso de varias horas nuestra diosa empezó a hablar, no le entendíamos de ninguna forma, hablaba con su criatura, parecía seria, no sonreía, nunca se le observó si quiera un esbozo de sonrisa; una mujer se le acercó, la criatura atacó instintivamente y la empujó lejos de la diosa, sabíamos que no debíamos acercarnos, ya había establecido su territorio.

Los chamanes, que estaban en un viaje espiritual, hicieron presencia, le hablaron a la diosa pero ella no cambiaba de gesto, seguía igual como había llegado. Nadie negaba su belleza, pero no se inmutaba a comunicarse con nosotros, cómo puede la diosa de la naturaleza no hablar con sus hijos.

Así pasaron varios días, nuestros chamanes gastaron todas sus energías intentando comunicarse con la diosa, tratando de averiguar por qué había tomado forma humana, por qué en esos tiempos, nunca antes lo había hecho, los mismos chamanes estaban temiendo por lo peor, alguna catástrofe o calamidad que perjudicaría mucho a la tribu.

Todo estaba bien hasta que empezó a llover.

No sabíamos qué hacer, los adultos pensaron en construir alguna choza, pero con la diosa en medio, y la criatura marcando territorio, era muy difícil terminar antes de que el agua se precipitara.
La diosa, demostró lo qué podía hacer, se puso de pie frente a todos nosotros, levantó sus manos al cielo y como si fuera un milagro, la tierra empezó a moverse alrededor de ella, hizo elevar el suelo detrás de ella y realizó una especie de techo. Todos quedamos boquiabiertos, era una muestra de que definitivamente era la diosa de la naturaleza. Recuerdo muy bien esa tarde, todos nos apresuramos a arrodillarnos y alabarla, sorpresivamente, se podía observar una sonrisa en su rostro, en ese momento fue cuando empecé a sospechar.

Al siguiente día la diosa se había desvanecido sin dejar rastro de su visita terrenal, nadie entendía bien los acontecimientos, pero ese no era el mayor problema: mis padres estaban atónitos, llegaron a la tienda y me dijeron que el chamán más joven del pueblo también había desaparecido, sin él no podía realizar mi rito de inicialización como se tenía planeado, por lo que otra persona de más edad ocuparía mi lugar en el rito.

En todo caso, esos hechos marcaron mi vida, ya no sería un chamán, podía dedicarme a otra cosa para vivir, pero no todo iba a ser tan fácil.

Exactamente un ciclo lunar después, el guardián de la diosa apareció en el pueblo en plena luz del día, esta vez estaba acompañado por otras dos criaturas similares, una con un visible parte del tronco de un árbol y la otra con unas propiedades más características de rocas de una cueva. Las tres criaturas emitieron sonidos estruendosos y luego señalaron a un joven al lado mío, los chamanes entendieron el significado: tenía que ser sacrificado ante la madre naturaleza.

El joven se oponía, pero los chamanes lo convencieron de que era lo mejor para el clan, o algo peor podría sucederle a todos nosotros. Era lógico, la diosa de la naturaleza también reclama sus vidas, de una u otra forma, sin importar quien sea, nuestros cuerpos siempre terminan siendo uno con la madre naturaleza.

Las criaturas cargaron al joven y se perdieron en el horizonte camino a las montañas.

De esta forma pasaron un par de decenas de años, en cada ciclo lunar había un sacrificio, siempre un hombre joven, la diosa no aceptaba mujeres, niños o ancianos. Se construyó un altar específico para ella donde también se hacían otro tipo de ofrendas: vegetales, animales e incluso ropas y otro tipo de objetos que nuestro pueblo considerara valiosos.


Sabía que algún día sería yo, estoy esperando cumplir mi destino, sé que moriré, más no lo deseo, quiero continuar con mi vida pero no huyo. Lo hago por mi pueblo, por mis padres y por todos los aquí presentes, no quiero que la naturaleza nos golpee con todas sus fuerzas, después de todo, solo somos mortales, no quiero enojar a la diosa, tampoco quiero morir.

Pasan las horas, sigo esperando, el sol ya casi se oculta, las criaturas siempre recogían al sacrificio antes de anochecer, me pregunto qué es lo que sucede, ¿Será que la diosa me ha perdonado? No puede ser, nunca ha perdonado a ningún sacrificio, después de todo, aquel que proponen los chamanes desaparece para siempre, nadie nunca ha vuelto de las montañas, nadie ha vivido para contar qué hace la diosa con sus sacrificios.

La diosa me está dando tiempo para meditar, me está probando, quiere saber si huiré o me mantendré firme por mi pueblo, lo haré, nadie más puede hacerlo esta vez.

La noche cae, el pueblo calla, la naturaleza habla, el viento canta y los animales duermen. De repente, aparece la diosa, no hay signos de ningún guardián.

¿Qué habrá sucedido? Pienso para mis adentros.

Todos están despiertos, todos están presentes, la diosa habla, emite palabras que vienen de su corazón, una lágrima aparece en su mejilla, casi invisible a la luz de la luna.

Finaliza su discurso y aparece su guardián desde los suelos, se levanta con una especie de vaso de piedra, es grande. La criatura le entrega el vaso y la diosa empieza a caminar hacia mí lentamente, no sé que sucede, ¿Por qué ha roto su patrón y ha venido directamente por mí? ¿Qué sucederá ahora con mi alma?
Cierro mis ojos aferrándome a la vida, quiero seguir en este mundo terrenal, aunque sea un momento más, sé que ella está al frente mío, nada sucede.

Abro mis ojos, está frente a mí, la deidad de la naturaleza frente a mí, está sonriendo, es hermosa, ¿Qué sucede?

Me entrega el vaso, noto que es parecido a los recipientes que tenemos para efectuar libaciones, bautizos o ceremonias purificadoras, en el interior hay unos símbolos que no logro distinguir, parece algo escrito por nuestra diosa, debe ser un alfabeto divino, los chamanes le dan nombre inmediatamente al envase llamándolo vaso fuente.

Con tanta oscuridad apenas noto que su guardián es mucho más grande que de costumbre, es más alto que cualquiera de nosotros, se acerca también al altar y carga a nuestra diosa de su hombro, sorpresivamente, se van caminando por donde llegaron por primera vez, mi alma se ha salvado.