Cómplice en desdicha
la noche esperaba, esperaba
con enorme congoja
toda Granada en silencio marchaba
Era agosto, era el alba
a tientas Viznar
atendía el martirio,
atravesando los campo saltaban
dolidas espadas de lirios.
Desde las gradas
Ignacio Sánchez Mejía bajaba
trayendo con él al toro
que en esa plaza la vida le quitara.
Desde Andalucía
en procesión de penas los gitanos partían
mientras aquella mozuela
temblando del río llegaba.
A su novia de plata
los grillos en coro cantaban, cantaban...
rogando lo hicieran,
a otro poema caído en desgracia
Antonio Torres Heredia, de Sevilla
moribundo volvía...
¡Ay! moreno de verde luna
de regreso, seguro te perderías.
¡Ahí lo traen!
¡Codo con codo lo traen!
gritaban y gritaban
y suplicaban..., y pedían
su sangre no toque
la arena maldita.
¡La muerte!
fue muerte de pocos;
pues mudos suspiros
a un olivar prendidos,
vivirán siglos.
Su balcón abierto quedó
y allí..., su aljibe de madera
esperando volviera
en penumbras lloró.
El verde ya no es verde
serviles, la guardia civil lo mataba
y un pueblo de pobres sin prisa
oculto de miedo lloraba.
¡Que poca la hombría!, ¡Que poca!,
detrás de cada fusil, cobardía...
Tantos amores
quedaron sin besos
sin risas, sin heridas
solos...; sin hojas ni tinta.
¡Que no quiero verla!
¡Que no quiero verla!
Que no quiero ver...
la sangre de Lorca en la arena,
Ignacio enloquecía...
en cuanto antoñito el camborio
hincado, maldiciones escupía
cuando sucia de besos y arena
su pobre mozuela, de pena moría.
Era agosto, era el alba...
cuando un gitano legítimo
a todos los cielos juraba:
¡Al cuerpo lo llevo!
¡Al cuerpo de Lorca conmigo lo llevo!
Y a cuestas lo lleva...
Lejanos..., quedaron sus pasos
sus huellas son humo y ladrido
en un horizonte de perros
que lloran, muy lejos del río.
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