Lo que al principio eran gotitas diminutas de agua, terminó como un diluvio. La lluvia era mas espesa y yo seguía ahí, anonadado por lo que dijo Annie. Ella me ama pero no me lo quiere decir. Miraba un punto fijo, la nada. Buscaba la respuesta de la gran pregunta o incógnita. ¿Por qué me ama? ¿Qué fue lo que hice yo para lo que fuera así? Los borrosos recuerdos de mis sueños con Annie eran cada vez más recurrentes y completos en si. Me refiero a que cada vez, algo peor –o al menos eso es lo que quiero que piensen – sucede. Recuerdo tal y como fue mi ultimo sueño con ella. Por alguna razón, me encontraba en el bosque, como en todos mis sueños. Lloraba sin saber porque y Annie apareció de la nada para consolarme. Lo mas extraño de todo, es que esta vez fui yo quien había empezado el rose, la unión de nuestros labios acoplándose en un movimiento lento pero apasionado. Me separaba de ella con sumo cuidado, como si fuera una muñeca de porcelana a la cual podía romper.

–Di que me amas. –decía yo luego de terminar aquel beso.

–Si lo dices tu, yo también lo hare. –yo acepte y le dije lo que ella esperaba oír.

Ese “te amo” salió por si solo de mi boca, como si estuviese encerrado miles de años, esperando su salida, su escapatoria. Al decir aquello ella repitió las dos palabras, la volví a besar y allí fue el instante que volví a la realidad, la pura y maldita realidad que me hacia creer que solo era una pesadilla, nada mas que una mentira. Empapado bajo la tormenta, seguía pensando, analizando cada sueño que tenia con ella. No puede ser, no puede ser así. No puedo amarla. Ella es todo lo contrario a mí. Soy un asesino y como ella mismo dijo, es la victima y de esa manera tenía que seguir.