Prólogo: “Nunca me lo habría esperado de ti”.
Aún no finalizaba el verano del año 2012. Era de hecho una mañana calurosa y bastante. De pronto sonó el maldito despertador…
-Unos minutitos más, que genial sería decir eso…-farfulló algo desesperanzada Esperanza sin hacerle el más mínimo y remoto honor a su nombre.
Abrió los ojos lentamente, como queriendo permanecer eternamente en los brazos de Morfeo, sinceramente eso era lo que quería. Su mirada se fijó en la penumbra de su cuarto, en la oscuridad del pobre techo y luego en la pseudo-luminosidad que entraba de las raídas cortinas que tapaban unas inmundas ventanas.
-¿Por qué tengo que ir a trabajar? Es verano…-pensó desanimada.
Luego, en un completo mutismo, se levantó de la cama, que muy a su pesar seguía siendo un colchón con unas surcidísimas colchas que tenía ínfulas de cama. Su sueño mayor era un día tener una cama de verdad. Se auto consoló pensando que al menos tenía un baño y una casa técnicamente presentable, aunque seguía siendo ella la última rueda del carro… A nadie le interesaba lo que sucediese con su vida, a todos les daba igual. Ya estaba acostumbrada a eso, pero ese acostumbramiento le cansaba.
-Me gustaría ser siquiera por un día diferente…-pensó en la ducha improvisada.
De pronto unas lágrimas comenzaron a caer de su bello rostro y se sumergió en un triste llanto de soñadora mientras que la gotera de agua caía sobre su cabeza.
-¡Esperanza, apúrate! ¡¿Hasta cuándo sigues en la ducha?!-bramó su madre desde el otro lado de la puerta del baño.
Con las lágrimas cayendo con aún más fuerza de sus ojos cortó la llave y principió a secarse, luego se vistió con una blusa multicolor y una falda blanca, que por la falta de lavado parecía beige.
Se sentó en su cama tras correr la colca y juntó las manos, sumida en un completo mutismo. Ese era uno de esos días en que amanecía triste y nostálgica, como añorando un pasado inexistente. De pronto sintió energía corriendo por sus manos y una bola anaranjada surgir en ellas para luego desaparecer.
-¡Mamá, sentí energía en las manos!-dijo entrando de sopetón en la cocina.
-Es sólo tu estúpida imaginación. Te quedas sin desayuno por idiota, porque eso es lo que eres: ¡una idiota! Anda a trabajar, mira que tienes que mantenernos, en esta casa no estás nada de princesa. Mira que imaginando sandeces… ¡Anda a trabajar!-bramó por toda respuesta su madre.
Antes de que su mamá se abalanzase sobre ella corrió a coger el sombrero y la flauta para caminar hasta el Paseo Peatonal de la calle 1 sur. Lo último que quería era llegar con un ojo en tinta a tocar, no quería que los niños la viesen así, sería triste para ellos. Ojalá que a ninguno de sus mini espectadores le tocase vivir algo como lo que ella vivía. Deseaba con todas sus fuerzas que ellos tuviesen mejor suerte que ella, despertar un día y darse cuenta de que así era…
Casi nunca cerraba la puerta sin que una lágrima cayese por sus mejillas, pero ese día existió aquella excepción… Nadie le quitaba la sorpresa y la alegría de su mente y de su alma, al fin se sentía especial, diferente, única…
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