La luces tísicas de la Avenida Salaverry, de esa Lima oligárquica, se reflejaban en sus ojos dándoles un brillo bruñido y pasmoso que solamente K podía comprenderlo y abarcarlo. Y es que Hualbert sabía que los pies de K andaban en el universo. Cuantas veces soñó Hualbert ser como K. Pero cómo. Cómo podría ser. K se hundía en el pasado de los tiempos. En un sinnúmero de nombres. Quién `podría ser como K. Meditó Zolá. Se sentó al borde de la acera. Se armo un troncho de los buenos. Y vio la Luna en el cielo. El frío viento de su Lima se estrelló en su rostro. Zolá estaba más solo que un grano de arena en el desierto.
K se despertó súbitamente. Estaba intranquilo. Tal vez un finísimo hilo de Ariadna unía a K y a Zolá.
Bajo al primer piso. Se dirigió al garaje, Montó sobre su moto. Y salió furtivo y veloz. Se dirigía a la Avenida La Marina. A buscar a la China. A buscar a la Chola. Y a buscar a su amigo de siempre a Zolá.
Las luces parecían meteoros. El apretó más el acelerador. Las luces ahora parecían finos hilos de plata. Y entonces la vio. A ella, a la amada. De pie bajo el umbral. Sus ojos celestes contrastaban con la oscura noche. Y sus rubios cabellos parecían iluminarla.
Que hermosa que es pensó K. Y que solamente sea mía.
Piso mas afondo el acelerador.
Y entonces un sortilegio de estrellas lo iluminó.
Solamente tuvo un instante de tiempo y la beso.
Después de eso todo cambió.
Periódico: “K se estrelló contra una pared. Solamente lo lloraron Zolá y la rubia Chezilé”…
Texto agregado el 20-04-2012, y leído por 295
visitantes. (9 votos)