Se trata entonces de decir mucha cosa. Y de golpe la lengua -los dedos se paran- la lengua decía se tranca. Y nace un silencio más inmenso y más hermoso. Unos ojos que se miran desde siempre advierten. Un brillo vale más que mil. Ya saben.
Lo de siempre. Las palabras. La búsqueda incesante del perfecto anagrama de la vida. La invocación precisa. El conjuro que delate la estampida. De la vida. La incesante. Sublimación fugaz de la existencia.
Y no puedo sino pensar en la danza. Si fue así en el comienzo. ¿Cómo habrá de ser en el transcurso de los tiempos? No puedo dejar de pensar en la ascensión del torbellino. ¿No será acaso...? Como el vuelo de un ave gigantesca. Pienso. En la montaña cuya cima nos regalará todos sus paisajes. Ya se sabe. Como siempre. Las estrellas -y la luna- tienen claro lo que hacen. En la gente.
Algunas veces las personas piensan demasiadamente. Mucho. Y es entonces que se confunden de caminos y preguntan. ¿Será que mis pies sabrán llevarme al puerto que persigo? Y se sospecha entonces que los continentes están en contínuo movimiento. El mundo danza su propia metamorfosis. Me decís. ¿Por qué no hé de hacer sino lo mismo?
Y es entonces cuando trato de decirte. Eso. Lo otro. Y todo aquello. [Mucha cosa]. Y no lo consigo. Y en silencio busco tu abrazo. Tu silencio. Y entonces descubro que el infinito duerme en algún sitio entre los ojos. Y que despierta en el fulgor de algún encuentro.


-¿Qué hacemos? Son tantas las constelaciones posibles...
-Es cierto. Basta con tan poco. Una mirada por ejemplo. Y una estrella de repente brilla más -cómo decirlo- de repente. Algo nos atrae. Nos cautiva y entonces.
-Claro. Entonces nace la figura, el ritmo. Y por un instante se abre una ventana hacia el secreto de los cielos.

Cae una estrella fugaz. Guardamos silencio. -La noche es larga-. Y nos tomamos suavemente de las manos.

Alguien murmura.

-Una danza sutil nos crece entre los dedos.

Y entonces no hace falta decir más.