En un país donde el número de indígenas se mide en 7 cifras, creo que existe la probabilidad de encontrarse con uno, lo que parece imposible es que nadie haya pensado en eso, quizá a nadie le importó. Me mira como si fuera la primer persona que ha visto a los ojos en mucho tiempo, habla entre sollozos, pero no concibo entenderle nada.
He tardado un par de semanas, pero por fin encontré a un experto en lenguas, quien a su vez me ha contactado con el traductor que se encuentra sentado junto a mi. El hombre autóctono no oculta su sorpresa al escuchar su dialecto en boca de otra persona.
El entrevistado habla con desesperación, como si fueran sus últimas palabras en la vida, después de unos minutos, el traductor se dirige a mi, me explica que el hombre que por cierto sigue hablando, vino desde su pueblo a la capital para encontrar un trabajo, sin embargo fue asaltado despojado del poco dinero que tenía, corrió para perseguir a los ladrones cuando fue interceptado por dos sujetos uniformados, él intentó explicar lo sucedido con las pocas palabras que sabe de español, pero fue traído hasta aquí, y eso ocurrió hace 2 años.
Le pido al traductor que le diga al pobre hombre que la pesadilla ha terminado, que pronto saldrá en libertad, pero el traductor escucha atento al entrevistado mientras coloca su mano sobre la parte baja del rostro en señal de meditación. Vuelve hacia mi y afirma que es la tercera vez que el indígena repite la misma historia, como si no la hubiéramos escuchado antes, no cree que sea lo correcto dejarle en libertad, 2 años en el manicomio pueden haberle afectado.
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