Pronto la muerte me abordará para siempre en el caos de una silenciosa biblioteca.
Mi campo de batalla saturado de tristeza.
Porque he llenado mis entrañas con veneno.
Con los infiernos de Rimbaud, y con la maldad de Baudelaire, y con Victor Hugo y los otros malditos de la Francia romántica.
Me condené cual juez y verdugo a la lectura eterna, sólo por una temporada, en los recuerdos y las fantasías de un amor que juré olvidar, desdichar, traicionar, y mutilar.
Hoy, quizás mañana, ha de venir la muerte por mí, sino en la biblioteca lasciva, en el metro de la gula, o puede que en los aposentos de la pereza donde descansan mis ojos de los dramas que hicieron llorar a Dante Alighieri da Firenze.
Mañana, o quizás nunca, venga el eterno ángel del abismo a apaciguar la espera de mi inevitable deceso, cuando considere dignos mis actos de un castigo. Cuando se le plazca descuajarme la garganta de beso. Cuando ella me jure lealtad y amor eterno, y yo le siga los pasos con promesas similares.
Pronto, más temprano que tarde, cuando mis oídos estallen en silencio, bajo la influencia del canto gutural, ante el estridente ritmo de una marcha fúnebre, se posará la muerte en forma de mariposa sobre mi boca, y me declarará su amor nuevamente, con caricias y palabras lujuriosas en busca de consuelo.
Algún día, más tarde que nunca, cuando los sueños se vuelvan demonios de ojos rojos, me llorará la muerte en tristeza perpetua, junto a los huesos secos del valle de Ezequiel el profeta, y cantará:
‘‘¡Oh, triste poeta de las mil canciones!
¿Por qué caíste en mis suculentos engaños otra vez?
Has abrazado con afán mi lengua sínica
Para sufrir las peripecias que traen mis diabólicos encantos
Te llora mi infame alma
Y se ríe mi rostro de tu fin inevitable’’
Pero no habrá más respuesta al canto de la Parca.
A los sonetos de la mariposa negra.
A la sangre rubí que tomó de cuello con feroz violencia.
Ella, la muerte, vendrá recitando a Rubén Darío, mientras camina en puntillas sobre mi lecho de infamia.
Ella apagará las velas con un suspiro y cortará mi carne con la hoz oxidada de Saturno.
Encenderá la llama de la eterna inocencia otra vez, y rogará al esquelético Poe que me atormente con otro cuervo por las noches, mientras luche con mis pesadillas, colgando de la locura hasta el final de sus faldas.
Hasta que caiga en su conjuro y en la noche pálida de frío y miedo, recostado en una mesa, con libros ardiendo, y con un vinilo rayando las novedades de otra ópera sobre vikingos y valkirias… y una mariposa blanca que se le acaban las ganas de vivir. |