Cumpliste un año. Junto con él, todos los abandonos y las novedades de vidas distintas.
Un tiempo completo de llegar sin recibimientos. De silencios nocturnos y ni respiraciones perceptibles.
Un Acontencer de vacíos y solemnidades que dejan en la parte de atrás de nuestras vidas las fotografías de la felicidad en nuestras amistades.

Y con la puerta cerrada por dentro intentas alejar los pastos y los patios, los infantilismos y unas risas que se mantienen reflotando en las conciencias como testigos más imperecederos de las versiones que vivieron.

Luego es el tiempo de la paz, esa que se entremezcla con la soledad pero que nunca son suficientemente virtuosas como para confundirse. Si la virtud se guarda en los recuerdos entonces podemos cargar nuestras mochilas y llevarlas por todas partes, como una evidencia ciega de las identidades.

Que corra el reloj de goces y pasados. Son suficientes para sobrevivir de ellos a quien lo desee, para disfrutar con amigos y comensales que partieron a decir que no a la eternidad y si al valor absoluto de las vidas.

Años dorados, años bizarros, lejanos o surrealistas, también inocentes y quizá, absurdos, años locos, tal vez diferentes, años de fórmulas de placer encontradas como secretos que se venden al más alto precio para el sacrificio de los codiciosos y los avarientos.

nosotros nos mantendremos aquí, incólumnes, brutales y gigantes, decididos a nos dar entímetros ni tregua a la experiencia horrenda e inaceptable de olvidar. Esa que permite la torpeza más suprema, aquélla de no saber quién se es.