ENCUENTRO PATERNO 1.297 palabras
LEYENDA
Descargó el viajero
Su bagaje añejo,
En una piedra del camino.
Llorando quedó triste,
Pensativo.
Buscaba donde hallar,
Un lenitivo.
Musicalidad,
Descubre en el celaje.
Un franco alivio
En su semblante,
Quizá,
Nuevo perdón a sus pecados
Y borrar la ofensa,
El gran ultraje
Errática ocasión
Excursionando,
Llevaba por consciencia
De pecado.
Sorprendido fue
Por un instante
Por otro que ahí
Recién llegado,
Era un joven,
Mancebo andante.
Desde su niñez,
Fue caminante.
Por su padre,
No fue criado.
En tenebrosa calle
Marginado
En este mundo
Fue instruyendo.
¿Cómo escapar
Y seguir viviendo?
¡Sobre este fango
Despiadado!
Era un joven margado.
Un frío saludo,
Los dos se dieron:
¡Buenas tardes!
–Dijo el anciano-.
¡Buenas las tenga!
–Fue contestado-.
¡Permítame el señor
Tomar asiento
A su lado
Con mayor respeto!
—No es mi propiedad,
Soy forastero,
En casa ajena me
He quedado.
Con gran respeto
Se quitó el sombrero
Le miró al joven
Su rostro helado.
Anciano y mozo,
Allí en la piedra,
Indefinido tiempo
Han pasado,
Fija la atención
En verde hiedra.
Esta hermosa planta
Trepadora,
Cubría el camino,
A ambos lados,
Alcanza los repechos
De fecunda loma
Dejando los árboles
Decorados,
Sus frutos alimentan
A las palomas,
Con esta señal,
Nadie se pierda,
Quien sea el ser,
Ave, o persona.
Se veía el pasado
Y presente,
Lejanos caminos,
Se juntaron,
Con vagos clámides
Diligentes,
Cada corazón,
Iba arropado.
Nace amistad,
Entendimiento,
Afecto, amor,
Hijo, paterno.
Recuerdos, de un hogar
Ausente,
Le falta ha los dos,
Lo referente
Para volver ha vivir
Aquel pasado
Donde la vida se hizo
Inclemente.
—¿De dónde has venido
Sabio anciano?
–Preguntó el joven
Dócil, diligente.
—¡Vengo del letargo
Sol poniente!
¡De lo oscuro,
Del penar amargo!
¡Del flagelo,
El batallar presente!
Allí, la prisa, es
Llegar temprano.
¡Está el dolor
Que no se olvida!
¡Ahí, la soledad,
Está presente!
¡Donde sólo se lucha
Por la vida!
Por eso su nombre
Es un arcano.
Fui en época,
Un fiel cristiano,
Un dulce hogar,
Conformó mi vida,
Una bella mujer,
Me dio su mano;
Un retoño una vez
Me sorprendía.
Alegró mi vagar
Por el camino.
Creí cambiado,
Era mi destino.
Fue esta unidad
Tan consentida;
Fui dueño del mundo
Soberano.
Mi propio padre,
Mi fiel hermano,
Creí terminado
¡Ha! Mi camino.
Más, una mañana,
Un nuevo día,
Ha mi casa
Un ángel visitaba.
Colmó el espacio,
De alegría,
Pensé que jamás
Me entristecía.
Con júbilo, placer,
Feliz gritaba.
Le canté al mundo
Mi elegía.
Huyó de mi pecho
Infiel dolor.
Días, noches,
Meses pasaban,
Felicidad, sin angustia
Presentía,
Todo lo de la vida
Me sonreía.
Una mañana
Al corral, yo iba
Ha juntar con las vacas
La becerrada.
¡Una tropa de soldados
Ya me atrapaba
Aquel bello redil
De la manada
Me quise escapar
Por la tranquera,
Más, otra escuadra
Fue primera,
En garras
Del ejército caía.
¿Cómo eludir?
¡No hubo manera!
Mi esposa, mi hijo,
No sabían
Preso su marido
Y padre era.
Pasé veintidós años
De mi vida
Llevado mi pecho
A las trincheras.
Retumbaba el cañón
Todos los días.
¡Aún silban las balas
Por estas venas!
¡Muertos sobre ríos
vi. Por praderas!
¡Alaridos cubriendo,
Las lejanías!
¡Aún los escucha
El alma mía!
Tengo visiones
De esas laderas.
¡Sólo recordarlas,
Es agonía!
Murió mi juventud,
Mi fe postrera.
Un día, de filas
Me licenciaban;
Con anhelo y fervor
Tomé la ruta;
Ha mi hogar, con amor
Yo retornaba,
Llevando en mi mente
Mil quimeras.
Sólo mi casta
Era absoluta,
Presentía que ellos,
Aún esperaban,
Esposa, hijo,
Altar y grita.
Al llegar: ¡Dios mío!
¿Me equivoqué?
¡Mi palacio, amado!
¡Ya no encontré
En ruinas los cimientos
Tan sólo estaban.
Pregunté ha todos
Los que moraban
¿Dónde mi familia
Había marchado?
Contestaron:
—Camino, ha tomado.
Seguir quise sus huellas,
No las hallé.
Crucé montañas, sierras
Y collados,
Cordilleras y ríos
Éstos salté;
Jamás tuve lo antes
Idolatrado;
Tan sólo un recuerdo
Del triste ayer,
Seguiré hasta el fin
De mi destino
Que ha la tumba caiga
Ya silenciado.
El anciano, su cabeza
Inclinó,
Colocó su rostro
Entre sus manos;
Con valor, los sollozos
Éstos cesaron.
Atento el joven
Se ha enterado,
De su pecho,
Gemidos se escuchó.
Pensando recorrer
Largos caminos,
Por rutas que jamás
Había soñado.
Con voz suave,
Mostró respeto,
Elocuencia, fervor,
Justo al atino,
Esta palabra, el mozo
Pronunció:
—Historia amarga
Me has contado,
Tal tristeza,
No había imaginado,
En mis cortos años,
No había pensado.
Me falta la voz
De la experiencia,
El instinto de la
Erudición,
Simbolismo de la
Sabiduría.
Escuchado he con
El corazón.
Aquí, te pediré
Clemencia,
Jamás pensé
Lo entendería;
Tantas horas
De tristeza y dolor.
No tengo nombre,
No, porque mi madre
No pudo llevarme
Ha bautizar.
Sólo conocí
Mi santa madre;
Bella mujer que me
Brindó su amor.
A duro surco
Sometió su lomo,
Con su fruto,
Me pudo alimentar.
Sobrevivió solita.
¡No sé cómo!
Pero nunca
Me faltó el sustento.
¿Recibió ayuda?
¡Jamás de nadie!
Esperaba ver mi padre
Regresar.
En una mecedora
Se sentaba,
Cada noche esperando
Su regreso.
¡Con qué amor y esmero
Me cuidaba!
Le escuchaba
Sollozar en silencio,
En su regso,
Me dormía;
Al sentir sus lágrima
Despertaba:
—¿Por qué lloras?
—No lloro, me decía.
—¡Algo escucho! Luego,
Gran silencio.
De tanto esperar,
Allí dormía
Peregrinos así
Del nuevo día.
Un día desperté:
¡Estaba fría!,
Frío su regazo,
Brazos y rostro.
Me puse ha contemplarla,
Ella sufría,
De tanto llorar,
Su bello rostro,
Muchas huellas profundas
Ya tenía.
Me quedé mirándola
En silencio;
Entonces comprendí
Que no dormía.
¡Esa noche, mi madre
Había muerto!
Solo, abandonado,
Me sentía,
Perdido estaba
En un desierto.
Tan sólo quince
Años yo tenía
Cuando esta desgracia
sucedía.
Allí, tomé camino
por la vida,
salí del lugar
ha paso incierto
llevando en la tristeza,
mi dolor.
Busqué por toda,
senda perdida,
con el cariño de mi madre,
aquel señor
amargado me fue
un cierto día,
buscando ha su lado
protección,
quería, recobrar
mi fe perdida.
El anciano escuchó
aquel relato,
todo ha su memoria,
pronto llegó.
—Quiero saber:
–le dijo al muchacho
el nombre de la mártir
que murió.
El mundo aunque da
tantas vueltas,
puesto he toda mi fe
tan sólo en Dios
de hacerme feliz
un largo rato,
he de ver ha uno,
o ha los dos,
sea que con tus palabras
quietas,
creo ya saber
todo lo ignoto.
el joven con semblante
tembloroso,
erguido, levanto
su ágil cuerpo
diciéndole: —Señor:
Lleno de gozo,
le daré el nombre
de la santa.
¡Laura se llamaba!
Y con respeto
pidió una oración
para su alma.
Guardar hemos
un minuto de silencio,
su existencia,
no quiero profanarla;
me dice su gracia,
o en silencio
ha de partir,
llevándose su manta.
El anciano doblando
sus rodillas
al frente del mozo
acongojado
le dijo: —¡perdón
hijo del alma,
ella fue mi santa
compañera.
El destino
quiso que así fuera.
Por eso no estás
bautizado,
ella esperaba
que volviera,
quería que un nombre
maravilla
ha nuestro primer hijo,
yo le diera,
que yo, tu cabecita
sostuviera
Ante el sacerdote
del poblado,
creo que te dio
justo mi nombre
aunque para mi,
no faltaría.
Toda la historia,
te he contado,
misma que escuché
hace un momento.
Luís Eduardo,
el nombre del soldado,
obligado marchó
de la alquería.
Ahora, los dos
hemos llegado
poniéndole fin
al gran tormento,
Dios nos ha unido
en este día.
— ¿Luís Eduardo?
— ¡Qué nombre más hermoso!
El mismo que mi madre
pronunciaba.
Con él, día y noche
me arrullaba,
su mente, sólo en ti
la empleaba.
Me hablaba maravillas
de tu amor.
No me abandonó
en ningún momento,
lucho en este mundo
proceloso;
veló por mí,
hasta el crecimiento,
si; lloraba,
sentía ella el dolor.
¡Padre mío,
mi madre nos unió!
REINALDO BARRIENTOS G.
Rebaguz
|