En los lejanos años de mi niñez, refugiado en mi pequeño dormitorio, creaba mundos privados, en los cuales divagaba con autista placer; un día, se me ocurría ser cineasta y me dedicaba a dibujar tiras de dibujos que luego proyectaba en la pared de mi cuarto. Otro día, se me figuraba ser editor de comics, con historias que imaginaba, a estilo y semejanza de las que leía en las revistas de historietas. Y así, tantas profesiones imposibles ejercí, que ya perdí la cuenta.

Pero, hubo un instante en que urdí entrar al campo radial, en aquellos años en que aún ni se soñaba con la televisión. Me gustaba escuchar esas emisoras de entonces, con su programación variada y vibrante, tan llena de vida y tan proclive para estimular la imaginación. Amaba los radioteatros, en donde se narraban historias entretenidísimas, con un colorido tan vívido, que no he podido visualizar ni en la televisión de alta definición de la actualidad.

Tan entusiasmado estaba con ese mundo auditivo, que un día cualquiera resolví crear mi propia radio. Esta imaginaria emisora la bauticé como Radio Ópera, y allí establecí un espacio para todo aquello que me seducía en la realidad. Habría música docta, pero también se tocarían temas populares y existiría un radioteatro en horario estelar. Para ello, creé dos importantes actores: Sergio Miranda (quien también actuó más tarde en los filmes que dibujé para ser exhibidos por medio de una artesanal proyectora), María Elena Villar, excelente y bellísima actriz, de una voz maravillosa y un talento indefinible, y una gran cantidad de actores secundarios, que de tan secundarios que eran, ya no recuerdo el nombre de ninguno.

Debo reconocer que mi emisora demandaba mucho tiempo, ya que debía escribir los libretos del radioteatro, preparar la pauta musical y también redactar los temas de conversación, que también estaban contemplados. Todo este quehacer, lo realizaba en voz muy baja, para que nadie de mi casa me escuchara y se diera cuenta antes de tiempo de mi extraña locura.

Cuando me di cuenta de lo que significaba mantener una radio con el esforzado trabajo de una sola persona, pensé que era necesario evolucionar a otras áreas menos demandantes y después de un par de semanas de emisión, la emisora cesó sus transmisiones.

Anoche, acaso por un reflejo espontáneo y reberverante de aquellas lejanas inquietudes, soñé que tenía necesidad de crear una radio, en la que mi propia familia tendría su segmento y pensaba en un nombre apropiado para ella. Se me ocurría denominarla “Radio Compañía”, pero apareció el espectro andrajoso de la antigua “Radio Ópera”, la de mis fantasías, aquella que tuvo una fugaz existencia. Una niña del mismo sueño, me decía que ella trabajaba en Radio Yema, y ese nombre me parecía genial, pero era una lástima que ya alguien lo hubiera ocupado.

Y así, desperté de golpe, con esas ideas revoloteando mi cabeza. Pensé en aquellos antiguos personajes y una idea más loca que las demás surgió para sugerirme una extraña inquietud: ¿Qué habrá sido de Sergio Miranda y María Elena Villar? ¿Envejecerán también los personajes imaginarios?

Hoy consulté Internet, por simple curiosidad. Allí, me percaté que todas las radios invocadas existen en realidad. Su génesis, por supuesto, dio paso a realidades palpables, con miles de auditores y una programación que navega por el éter para llegar a oídos reales. Todas esas emisoras, son el producto de un esfuerzo y un emprendimiento y en nada se parecen a esos milenarios sueños mochos que imaginé cuando era un ser imberbe…