Reflexionaba, que después de su muerte, su presencia etérea se le manifestaba a cada instante, insinuándole, mediante signos, cuya semiótica solo ella apreciaba, lo que debía hacer después de su partida.
No paraba de llover, la carretera era un rio de hojas y ramas caídas. El limpiaparabrisas no lograba despejar toda el agua del vidrio y las centellas irrumpían con su estruendo a cada momento, siempre en forma inesperada.
Sin embargo no estaba segura de lo que pensaba. Sospechaba que todo pudiera ser producto de la imaginación, golpeada en todo momento por el recuerdo de verlo inerte en la cama del hospital.
Un rayo le cayó encima, carbonizándola en cremación natural, sin dejar rastro de ella.
-Tenías razón querida, fui yo quien te hizo conducir en la tormenta. Ya no soportaba morir sin ti.