De repente me encontraba en la oscuridad de la noche, sentado contemplando el cielo sin estrellas, todo me daba vueltas internamente aunque lo calmaba sentir la arena el hecho de sentir la arena entre mis dedos y escuchar el sonido de las olas acompañado de la música de fondo, pase a recostarme y meditar “En este momento solo quisiera dos cosas, que tu estés aquí y poder hablar con mi yo interno”. Mi yo interno, ese ser por el cual no soy un animal ni tampoco una maquina biológica, ese ser que se alberga dentro de cada persona dentro de ti, dentro de mí.
Y pensar que parecía tonto yo solo hablándole a la oscuridad del cielo, en el cual lo único que se podían apreciar eran las nubes y las luces borrosas en el firmamento, seguía hablando como loco sin que nadie más que yo mismo me escuche esos efectos del alcohol parecían no pasar, eso me alegraba pero a la vez me deprimía, las luces y la música de fondo me arrullaban, de repente en el fondo vi a mis amigos quienes cuidaban a esta gran criatura que yacía postrada en la arena, tan grande y tan indefensa al igual que el planeta en el que vivimos, tan grande para albergar a más de seis mil millones de habitantes y tan indefensa por no poder hacer nada en su eterno estado de inmovilidad.
Se me ocurrió la idea de sentarme y cuando lo hice todo daba más vueltas que antes, lo de arriba parecía venirse abajo me sentía atrapado dentro de propio cuerpo, aunque en si la culpan de estar como estaba era netamente mía. La alegría se volvió tristeza y la tristeza melancolía, poco a poco parecía recuperarme todo volvía a su lugar en mi mente entonces aparecieron mis amigos lo cual marcaba el momento de partir y caminar un rato para regresar al mundo en sí, porque por más que uno quiera, la vida continua aunque nosotros no estemos preparados y eso nadie lo puede negar.
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