Hubo un once de Septiembre, cuando volaron las torres gemelas en USA. A lo que ese país respondió también con violencia, causando más muertes aún. La respuesta del prepotente.
Pero hoy, yo me refiero al de 1973, día del golpe militar en Chile.
Esa fatídica mañana las emisoras radiales comenzaron a transmitir himnos marciales. Para mí fue suficiente: el anunciado golpe militar había comenzado. Alegría para unos, tristeza inconmensurable para otros. Llegué a mi lugar de trabajo y lo comuniqué a los compañeros que aún no se daban cuenta de lo que pasaba.
Éramos trabajadores del Departamento de Obras Sanitarias, encargados de las aguas para surtir a la población y de las aguas servidas. La mayoría, de izquierda, por convicción o por arrastre. Unos pocos, contrarios, a los que se respetaba. Varios de ellos resultaron partidarios del golpe gorila. Todos varones.
Allí trabajaba yo como sacerdote obrero.
La situación se había tornado muy tensa, y las posiciones estaban tomadas por casi toda la gente: a favor del Gobierno de Salvador Allende, o en contra; con mucho odio en algunos, y rechazo a los que pensaban distinto.
Algunos, considerándose demócratas, según me dijeron semanas antes, recurrieron a los militares, para “evitar una guerra civil”, porque no veían otra solución a la vorágine social a la que se llegó. Evidentemente, no conocían la historia latinoamericana poblada de golpes militares, con toda su secuela de corrupción y muerte. Para mí, algunos esperaban que dado el golpe, los militares devolverían al poco tiempo el poder y, como ellos estaban mejor posicionados, llegarían a gobernar. ¡Craso error! Años después colaborarían para acabar con esa lacra, la que ellos mismos propiciaron.
En realidad, la situación era insostenible.
17 años de dictadura comenzaron con muchas muertes, dolor y lágrimas, torturas y desaparecidos.
Comenzaban ese día 11 de septiembre los años más tristes y salvajes de la historia de Chile.
(Continuará con: Mi Detención)
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