"Al tercer día resucitó de entre los muertos"
Esta expresión tiene una doble connotación.
Primero, responde a la creencia palestina de que la corrupción del cuerpo muerto comenzaba al cuarto día. Entonces, la persona estaba definitivamente muerta. (Juan 11,39).
Segundo: consideraban la muerte como un castigo por los pecados y que, por lo tanto, “al Justo (al que no tenía pecado), tampoco podía afectarlo la corrupción del sepulcro” (Salmo 16-9-10). Y como Jesús era justo, porque “pasó su vida haciendo el bien”, tampoco podía corromperse en el sepulcro. Por eso, dice el Credo “al tercer día resucitó”, o sea, antes de experimentar la corrupción.
Esto, independiente de la visión cultural o científica que pueda haber de cuándo la persona está realmente muerta.
Lo que afirmamos es que habiendo muerto Jesús, Dios lo resucita.
Lo del “tercer día” corresponde al lenguaje y creencia de la época.
Signo de nuestra propia resurrección
“De esta manera la conciencia humana, angustiada ante la perspectiva de la muerte como amenaza cierta de la aniquilación personal, podía descubrir con gozo exultante el verdadero impacto del anuncio que le permitía abrirse a la esperanza de que, a pesar de las apariencias, no es la muerte, sino la vida, la última palabra en la existencia del hombre, gracias al acontecimiento pascual realizado en Jesús: al resucitarlo de la muerte, Dios garantiza el don de la propia resurrección. (A. Bentué, “En qué creen…” pág. 89):
Por eso, en 1 Corintios 15,54-57, san Pablo exclama:
“Y cuando este ser corruptible se vista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: La muerte ha sido devorada en la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?... Pero, gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo.
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