Decimos en el Credo que Jesús fue concebido por “obra y gracia del Espíritu Santo”. También en nosotros la fe es “obra y gracia del Espíritu Santo”, al igual que en los discípulos del tiempo de Jesús. La resurrección de Jesús es un hecho cien por ciento una verdad de fe. Para que los discípulos del Señor pudiéramos “palpar” la realidad de la Resurrección tenemos que recibir “una fuerza de lo alto”. Al Espíritu Santo, el Amor de Dios.

Jesús lo prometió y envió: “Reciban el Espíritu Santo, les dice la noche de ese Domingo; y lo envía, de una manera llamemos “solemne”, el día de Pentecostés, cuando quedaron llenos del Espíritu Santo y empiezan la proclamación del Evangelio. Y continúa entregándose hoy a nosotros.

Aunque un niño no tiene uso de razón, ya en el Bautismo queda también “ungido”, por el Espíritu Santo; tiene, como en semilla, el don de la fe en el Resucitado. Después, sus padres tendrán que evangelizar y alimentar esa fe. Bautizamos a los niños, entre otros motivos, porque la fe Dios la da sin mérito nuestro alguno.

Desde el comienzo, los apóstoles reciben el don del Espíritu Santo y entonces:

+ comprenden que Jesús es el Mesías, el enviado de Dios: “Este Mesías es Jesús, y todos nosotros somos testigos de que Dios lo resucitó” (Hechos 2,32).

+ También descubren el significado salvador de la muerte de Jesús: “En primer lugar, les he transmitido la enseñanza que yo mismo recibí, a saber: que Cristo murió por nuestros pecados, tal como dicen las Escrituras; que fue sepultado; que resucitó al tercer día como lo dicen también las Escrituras; que se apareció…” (1 Corintios 15,3-5).

+ El Santo Espíritu los lleva también a la comprensión de lo que los profetas habían anunciado (en las Escrituras), según el plan salvador de Dios. Todo esto lo entendieron sin dilación, apenas experimentada la presencia en ellos de Jesús resucitado.

Recibimos el mismo Espíritu que guió la vida y obras del Señor Jesús: “Fue ungido por el Espíritu Santo y pasó su vida haciendo el bien”. Como consecuencia, tenemos los cristianos un exigencia de fe y amor: “Pasar nuestra vida haciendo el bien”

Dios da su Espíritu Santo a todo el mundo, crean o no crean en él. Y todos, al pasar nuestra vida procurando hacer el bien, nos estamos dejando conducir por ese Espíritu de Amor, por diferentes caminos y creencias (o no creencias).

Porque Dios nos ama a todos. Y quiere dar su salvación a todos.