“Lo que resulta inexplicable es que, una vez que Jesús había muerto, lsus discípulos comprendieron el significado del camino de Jesús, que no habían comprendido para nada mientras vivía con ellos.
¿Qué había pasado? Un cambio tan profundo, espontáneo, rápido no puede explicarlo nadie por razones puramente humanas. Ellos no habrían podido inventar algo tan desusado, ni menos sostenerlo en el tiempo. Sólo cabe la intervención divina. Hombres que no entendían nada, de repente aparecen con una conciencia muy clara y segura sobre la persona de Jesús y su mensaje de salvación; sobre el significado de su vida, de su muerte y, sobre todo, de su resurrección:
“La hipótesis creyente para explicar ese hecho es muy simple, y a la vez razonable si se quiere explicar ese hecho de alguna manera: los discípulos experimentaron el impacto iluminador del Espíritu de Dios, que les dio ojos para ver que aquel Jesús, muerto en la cruz, era realmente el Señor (el Mesías, el Hijo de Dios y Dios verdadero), resucitado por el poder de Dios.
Y es esta experiencia iluminadora la que quieren expresar los relatos de apariciones del Resucitado. Tales relatos no son propiamente descripciones historiográficas de lo que los apóstoles vieron, sino formas catequéticas de expresar, en términos de espacio y tiempo, lo que constituye la experiencia profundamente impactante de una realidad imposible de expresar adecuadamente con términos mundanos; como lo es la realidad eterna, propia y exclusiva de Dios, a la cual pertenece ya el Resucitado. Y así como 'a Dios nunca nadie lo ha visto’ (1 Juan 4,12) al resucitado, en cuanto participante de esa misma eternidad divina, tampoco lo ha podido ver nunca nadie con los ojos de la carne, sino únicamente con aquellos ojos que sólo puede dar el Espíritu Santo”.
Esto es “con los ojos de la fe”. “Al Resucitado sólo lo vieron quienes tuvieron ‘ojos’ para ello, que sólo pudo darles el Espíritu de Dios. Por eso, únicamente lo vieron quienes habían creído en él y tenían ahora la misión de anunciar esa Buena Noticia. Ellos tuvieron una experiencia muy real y única: “Dios lo ha resucitado de entre los muertos, nosotros somos testigos de ello” (Hechos 3,15).
Tomás ‘ve’ a Jesús con los ojos de la fe, y reconoce en él a su Dios y Señor: “Señor mío y Dios mío”.
Es así como los cristianos de todos los tiempos vemos al Señor Jesús: con los ojos de la fe. Y el mismo Jesús nos dice cuál será nuestro destino: “Felices los que crean sin haber visto”.
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