Lluvia. Lágrimas calientes. Ácido puro en mis ojos. Pasan cosas, tantas cosas que me saturan. La lluvia ácida de estos tiempos que me corroe, que a todos nos come la pátina de durícia, la pura indiferencia.
Yo he visto jóvenes sentados en una plaza con flores en las manos. He visto seres oscuros cayendo como halcones sobre sus cabezas. He visto personas de todas las edades cantando juntas por un mundo más justo para todos. He golpeado con furia mis manos, gritando al cielo, porque esto clama al cielo y a todas las conciencias. Lo que está pasando nos remueve por dentro, nos va a cambiar para siempre.
La lluvia de hoy limpia las plazas, donde se sigue luchando pacíficamente por una sociedad más justa y equilibrada. Siguen allí mis amigos del alma, las voces puras de protesta, de dignidad. Porque los Indignados tienen tanta dignidad que rezuma por sus ojos, sus bocas, sus pieles. Tanta energía que pueden convocar al mundo entero, porque ya no nos podemos quedar quietos.
Mientras tanto, yo sigo aquí, temblando bajo la lluvia ácida, sitiendo mi vida un poco a la deriva, un poco perdida. Porque estoy con ellos pero sigo con lo mismo de siempre. Lágrimas calientes, manos quietas.
Me pregunto a dónde nos llevará este camino largo, tortuoso y esperanzador que hemos emprendido. Entonces, me olvido un poco de mi misma, de mis pequeñas miserias, y presto oídos, ojos, corazón a todo lo que se está moviendo en mi país. Porque en tiempos oscuros necesitamos gente valiente y decidida. En eso estamos, a pesar de la lluvia y de todas las tormentas que nos esperan. |