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Hortensia:

El “querida” en este saludo está de más. Para nosotros, a estas alturas, los adjetivos pierden su finalidad y se transforman en manchas que deforman lo que alguna vez tratamos de crear en comunidad. No puedo imaginar el gesto que se dibuja ahora mismo en tu rostro al recibir este trozo de papel, inesperado y hasta descarado. Han pasado doce años desde mi partida. ¿Recuerdas aquel día? Yo sí.
Había amanecido nublado y el aire se cargaba de despedidas indeseables. Mis maletas estaban preparadas desde la noche anterior. Iba a estar fuera por seis meses. Nos encontramos en la plaza de los taxis y debo confesar que no puedo recordarte más hermosa que aquella mañana oscura. Tal vez sea por el hecho de que fue la última vez que te vi, pero el recuerdo de tu rostro abrigado por el pañuelo multicolor de tu madre y tu abrigo de plumas no ha abandonado en estos años, ninguno de mis sueños.
En el camino a la estación no pronunciamos palabra alguna. Estabas tomada fuertemente de mi brazo y me mirabas constantemente, como buscando una señal que insinuara un cambio en mi decisión. Cuando el tren estuvo para partir y ya debía abordarlo, tus lágrimas terminaron de oscurecer la mañana y destrozaron mi resistencia. Lloré, gemí, balbuceé palabras de amor, adioses. Ese día creé en las profundidades de mi conciencia, la convicción de que iba a hacer que aquellos seis meses desaparecieran del calendario mucho más rápido de lo normal. No lo logré. ¿Partir fue la decisión correcta? Quizá nunca podré decir que lo fue totalmente convencido, pero puedo afirmar que aquí también he sido feliz.
Me enamoré, me casé y pretendí crear una familia. Y no quiero que pienses que mis prehistóricas tácticas de inspiración de lástima se van a presentar en este párrafo… pero no lo logré y debo decir que esta etapa no es la más feliz que haya conocido. Estuve casado dos años y diez meses, hasta que Ana Lucía –hermoso nombre- decidió que su felicidad no se encontraba a mi lado y partió en busca de algo mejor, claro, acompañada y parapetada con todo lo que nuestra vida conyugal logró comprar. Paquete que al parecer incluía un profesor de baile guatemalteco y sus habilidades en el lecho.
Afortunadamente, no estoy solo. Tengo a Fabián. Él es lo que ilumina mis días y me ata a este mundo y sus delicias de dolor. Hace una semana ha cumplido un año y empiezo a notarle algún parecido con mi padre. Sus primeros pasos me llenan de vida y gratitud a Ana Lucía.
Pero en realidad, esta pequeña carta es para hacer una confesión tardía. Las noches –que para mí nacen después de lograr dormir a Fabián- me traen un algo de ti (¿o es un mucho de ti?). Indefectiblemente todas lo hacen. Y empiezo a pensar que mi alma te ha comenzado a reclamar sin poder yo hacer nada para enfrentarlo. Ya son algunos meses de soñarte y abrazar tu imagen. Estoy seguro de no poder explicar lo que mueve a mi soledad a hacer que me sienta así, y es por eso que no lo voy a intentar. Sólo quería que sepas que hoy hace un lindo día aquí y siento, más que nunca, que me haces falta.

Santiago

***


Querido Santiago:

Sabes que no soy muy buena escribiendo y no puedo explicarte por qué en mi caso el “querido” no está de más y podría convertirse hasta en “adorado” o “siempre amado”.
Hoy estoy partiendo hacia allá, espérame en la estación.

Hortensia

Texto agregado el 29-07-2004, y leído por 105 visitantes. (0 votos)


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