Tijuana BC. Abril. 2012. Unos ojos que te miran con sabor a despedida…
De vez en cuando la vida te castiga con una despedida.
No digo que te tome desprevenida, aunque dudo mucho que nadie sepa prepararse para el silencio.
De vez en cuando un reloj inicia la cuenta atrás, y las horas son insuficientes para dar con la fórmula que detenga el tiempo.
De vez en cuando, insisto, una mirada se convierte, como por arte de magia, en el lenguaje del alma.
Unos ojos que te miran con sabor a despedida…
Y entonces sirve de consuelo llorar, despedazarse el alma, incomprendida, y abrazar de nuevo el presente, como si ese abrazo fuera para siempre.
No, estas no son mis lágrimas…
Han pasado ya esas noches de buscar calor, de llorar de noche.
De querer levantar aquellas piedras que entierran una parte de mi pasado.
Puedo buscar consuelo en las palabras porque, posiblemente también en eso consista el maestría de la escritura.
Yo debería estar terminando un relato que hablara de la incongruencia.
No es por falta de ganas sino de ideas que no lo he empezado.
Y es que la única paradoja que se me ocurre trata de la vida y la muerte.
Y de como a veces la vida, se disfraza de silencio y amputa ilusiones con una guadaña prestada de su yo más amargo.
No, hoy no quiero hablar de cosas tristes.
Hoy quiero dejar paso a mi yo más irreflexivo.
Dejarle hablar… Hoy quiero enterrar este día, hoy tengo una ilusión por un proyecto, que es quizá lo mejor que pueda tener en este momento.
Escribo por no callar.
Enmudezco al pensar que no sonríe la Mona Lisa.
Me pregunto en qué piensa la Virgen María mientras amamanta al niño.
Y todo esto ocurre mientras se desvanecen los sueños en el más absurdo de los silencios.
Los besos que perdimos… ¿Se fueron con el tiempo, llevados por el viento, o por alguna fuerza especial que los empuja a hacerlo?
¿Quizá se fueron para no hacernos daño?
¿Tal vez quedaron anclados en nuestro pasado?
O simplemente, revolotean hasta quedar enredados entre las arterias de nuestro corazón y por cada sístole de dolor, suelta una diástole de alivio, como un suspiro en la memoria.
¿Adonde van los besos que no dimos?
Me lo he preguntado, y me digo… no, es imposible besar un recuerdo para no caer en su olvido.
Yo no sé dónde fueron a parar los besos que me he perdido.
A mi parecer se me han quedado prendidos en un suspiro, así como sujetamos los recuerdos a las fotos de nuestros seres queridos.
Para no olvidar nunca que una vez, por un momento, tuvimos alguien con quien compartir nuestro destino.
Sólo quien es valiente se atreve a mirar esos besos a los ojos.
A verlos cara a cara, a condenarlos a un olvido eterno.
Ese que se consume en la tristeza del momento.
No, yo no sé donde descansan los besos que no dimos.
Conservo calientes, en mis labios, los besos que no podré volver a dar.
Guardo con cariño un recuerdo por cada último beso que me arrancó una lágrima.
Esos besos imposibles, incapaces de despertarlos sin en el dolor del recuerdo.
¿Adonde van los besos que no dimos?
Me pregunto yo, y no sé dónde quedan esos besos.
No sé adónde van, quiero pensar que se los lleva el viento a quienes iban destinados.
Besos… besos enredados en el corazón y en el alma, besos olvidados, besos bajo el sol, bajo la lluvia, besos entre risas, besos entre lágrimas… y besos… compartidos…compartidos siempre… con quienes se fueron demasiado pronto…con quienes nos quedamos…siempre demasiado pronto.
Hoy, desde aquí, mando tres besos:
Uno, tus palabras: por las que escribes y compartes, por las que dices y con las que discutes, y por las que te guardas y con las que hablas en silencio.
Dos, a quienes perdimos a alguien que se nos fue, siempre demasiado pronto.
Y otro beso infinito, interminable… uno de esos besos estrujados.
Desde Tijuana BC, mi rincón existencial, donde estoy convencida de que los besos que no damos… siempre llegan a sus destinatarios.
Andrea Guadalupe.
PD. ¡Acabo de recibir uno, dos…Bienvenidos sean!
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