La noticia me golpeó.
En casa de mis abuelos había un aviso de venta.
Me estremecí de tristeza
el corazón empezó a latir queriendo escapar de mi pecho.
Quise visitarla
sufriría
sería la última vez.
Al llegar me asombró el abandono de su fachada
los fierros que protegían la ventana estaban enmohecidos y la puerta antes robusta
brillante
se mantenía afeada por los años y el olvido.
Me detuve antes de cruzarla porque mí inmensa pena se convirtió en recelo.
El fuerte crujido de las bisagras sofocó mi exclamación.
La sala estaba oscura y el aire enrarecido
pero pude percibir ese olor tan conocido del recuerdo.
Al descorrer las cortinas el polvo inundó el ambiente.
De golpe entró la claridad y vi el piso
le faltaban años de brillo.
De la pared que enfrentaba el ventanal se había adueñado la humedad
ya no estaban esos cuadros hermosos que amé.
Levanté la mirada
sentí que el techo caería
ese donde antes titilaban como estrellas cristales colgando de las lámparas.
¡Como disfruté de ese efecto brillante!
Al mirar el patio pude ver yuyos señoreando el jardín
dónde alguna vez llovieron jazmines.
No quería aceptar lo que veía.
Me negaba a seguir recorriendo esa casa de mi infancia
imaginando a mamá y a todos los que quería.
Al girar buscando la puerta lo vi
en el mismo rincón
el piano mudo de notas y de ensueños
único testigo del explendor familiar.
¡Como recuerdo esas melodías!
En instantes recorrí todo
mi congoja inicial se transformó en añoranza.
¿Cuánto perdí de mi infancia?
¡Mucho!
Pero fue mucho más lo que quedó en mi memoria.
Recién al acariciar el piano sentí que tengo mucho
quizás demasiado
todo lo bueno que viví está aquí dentro de mí
a flor de evocación.

Victoria