Gané un viaje a Canadá gracias a un concurso de golosinas y a los días de haberlo ganado ya estaba listo para usarlo. Así que al día siguiente estaba parado en el aeropuerto esperando la salida del vuelo de mi avión.
Era la primera vez que viajaba en este tipo de aeronave y lo disfruté hasta el momento en el que la azafata nos anunciaba a los pasajeros que el avión tenía un desperfecto técnico en un ala, pero que no le diéramos importancia, pues era leve. Tan leve que a la media hora se oyó un estrépito descomunal, el platinado avión dejó de funcionar, y en consecuencia cayó en la selva del Amazonas. Sólo yo salí con vida. Me puse a caminar y al rato me encontré con una benévola nativa del lugar. Era hermosísima, magnética. Su piel trigueña y sus ojos color café. Con mis limitados conocimientos de lenguas aborígenes trate de explicarle que mi avión se había estrellado y que necesitaba ayuda. Ella poco entendió, no conocía que era un avión, pero entendió que yo necesitaba ayuda.
Con un gesto de sus manos me dijo que la siguiera. Llegamos a donde yo pienso, sería su choza. Era muy extraña, antiquísima, modesta, con raros amuletos colgados en las paredes y varias cosas más. Allí curó mis heridas con hierbas autóctonas y me alimentó con frutas. Entonces la miré y un brillo en sus ojos me dijeron que estaba enamorado de ella. Pero debía irme en busca de un poblado para regresar a mi hogar. La despedida fue muy triste, pero le dije que, algún día, volvería.
Caminé en busca de un pueblo por horas pero no encontré nada. De repente, detrás de unas arboledas hallé un lugar que parecía estar habitado. Allí me recibieron muy bien y me brindaron servicios médicos. Cuando casi el sol ya se ponía regresé en busca de mi amada, pero al llegar al territorio no encontré nada. No estaba ni ella ni sus cosas. Decepcionado regresé al pueblo, y allí pregunté en una vasta pulpería sobre la hermosa nativa y su casa. Después de mirarme de forma extraña, el dueño del bar me dijo:
-Se dice que en la época de las invasiones, un ejército europeo conquistó a la tribu de indígenas de la zona, sacrificándolos después. Algunos indios escapaban hacia la selva pero no se supo más de ellos. Usted es el segundo que me pregunta eso, ¿a qué se debe?,cuénteme minuciosamente-quiso saber el señor-. Yo le respondí:
-Esta mañana, mi avión sufrió una avería en un ala y se desplomó en la selva. Sólo yo resistí la caída. Me puse a caminar en busca de ayuda y me encontré con una aborigen, la cual me llevó a su choza. Allí curó mis heridas. Yo le dije que me tenía que ir en busca de auxilios a un pueblo, pero que volvería. Cuando regresé, no estaba ni ella ni la casa-.
-Ah- dijo- la leyenda de la hermosa joven fantasma-. El hombre comenzó a contarme.
-En ese período de guerras del cual le hablé, entre las personas que huían hacia la selva, se encontraba Ari, una hermosa muchacha que horrorizada por los conflictos con los blancos, huyó de su aldea. Algunos dicen que murió a los pocos días, otros dicen que se la tragó una anaconda, pero la que se cree más acertada es de que construyó una choza, y recogiendo frutos de los árboles pudo sobrevivir-.
-¡Esa, esa es la muchacha que conocí!-dije exaltado-. El señor me interrumpió.
-El período de las batallas con los europeos ocurrió hace cientos de años-.
-¿Pero y con quién estuve?-pregunté-.
-Con su espíritu. Dicen que el espíritu de Ari regresa cada año esperando la llegada de los blancos de aspecto torvo para vengarse o la llegada de alguien con quién vivir eternamente, por que si permanecías con ella hasta el anochecer, tu te transformarías en fantasma como Ari y vivirías eternamente con ella. Tienes suerte, como el otro chico que la vió, de haber escapado de ella y no haberse convertido en fantasma-.
Triste de no haberme quedado con Ari para siempre, regresé al lugar en donde me encontré con ella, y construí con ramas y hojas, un refugio. Solo faltaba que pase un extenso año para poder volver a verla, y quedarme con ella para siempre.