Un día cualquiera salí de mi casa y me dedique a volar, estaba solo como un perro cubierto de pulgas, la noche se venia encima y mi mente viajaba lejos mientras mi cuerpo caminaba inclinante por las veredas quebradizas de las calles frías. En un momento un señor me pidió fuego para encender un cigarrillo, introduje la mano en mi bolsillo y se lo encendí, camine un par de cuadras y el mismo hombre vuelve a hacer lo mismo, yo mire su rostro de tez sombría y embriagante, luego comencé a correr por la calle, veía los niños correr y los autos frenar, desde ese momento fue todo distinto, desde aquel instante pude ver la luz al otro lado de la obscuridad profunda e inerte, ¡hoy puedo reír!