Aurora tiene 75 años. Una casa en un country privado de gran tamaño para lo que ella, hoy en día puede abarcar.
En las tardes otoñales, cuando el sol comienza a despedirse, dejando al cielo solitario cargado de nostalgia, se sienta sobre el gran ventanal y pierde la vista en los verdes jardines, allá donde muere en la oscuridad, la pileta que este verano no pudo usar.
Una lágrima se desliza por su mejilla. Se seca el rostro finamente, dejando al descubierto el oro en sus delicados dedos. Bien vestida y maquillada.
Enciende una vela en un pequeño altar que tiene, con la foto de un hombre de unos 60 años.
Se siente sola y tiene miedo. “Mañana me hago los análisis, voy a dejar de fumar, hijo” le comentó hace poco menos de una hora, a una persona por teléfono.
Aurora es viuda. Ama de casa como las señoras de antes, acomodada económicamente. Muy coqueta y con vicios. Solía juntarse en esa misma casa, en el salón de invitados, con las amigas a charlar sobre los negocios de sus maridos, cigarros y alcohol de por medio (los placeres de la vida).
Vicio que fue acrecentando al poco tiempo de enviudar. “Mirá tu padre, lo sano que era y dónde está” les decía cruelmente a sus hijos, cuando le recriminaban por su abuso al tabaco. “La vida está sujeta al destino”. Destino en el que ahora no creía, o quizá, pudiera leerlo. Ahora le temía a esos análisis. Juraba abandonar esos placeres, por el hecho de alargar unos años más su vida.
Sola en una casa, con una foto y recuerdos como única compañía. Una casa que era chica ahora le sobra espacios. Habitaciones enteras. Una vida alegre, de la que ahora se arrepiente. Una vida....tan sólo eso, que ahora se está terminando…
|