“Y hoy empezare con una de esas frases celebres para poder entonar mi pluma y soltarle palabras al lienzo”, sus labios en conjunto con su voz fríamente declamaron. Destellaba en el algo de vida restante después de una noche abrumadora de esas donde se extenúa uno por el desgaste de vivir, de amar, pero sobre todo del no poder ser el que uno lleva dentro.
Se tallo los ojos con las coyunturas de sus manos y con el desorden que dejo su almohada en su cabeza más el sonido repetitivo del abanico de techo. Postro pie en suelo y desplego vuelo. Había un ruido mas fuerte pero al parecer el ya estaba acostumbrado a él como a los grillos que alguna vez existieron de noche.
Eso espantoso que sonaba era el generador de oxígeno que suministraba vida a ese hogar.
Camino varios pasos a un escritorio, lo único distinguible entre tanto chaos y desorden en ese cuarto. Tomo una silla negra giratoria y ya desgastada con parches de distintos colores y esponja que emanaban de entre aberturas sin parchar. Empuño lápiz como el que empuña una navaja ya premeditada, con razón y motivo, y escribe.
“He aquí el que muere en vida mil veces pero vuelve entre sueños y se restaura. He aquí un hombre con agallas y ganas de volverse loco por su mujer.”
Toma su lápiz y borra la parte de “por su mujer”, no cree necesario enseñar o hacer sentir que ella es su propiedad. Piensa que es muy machista y eso es lo que menos quisiera expresar. Mejor aún, prefirió remplazarlo por “por ella”, y continua su escrito pensando entre sí, que ella es una palabra de tres letras y no de cuatro.
Escribe de nuevo.
“He aquí el que muere en vida mil veces pero vuelve entre sueños y se restaura. He aquí un hombre con agallas y ganas de volverse loco por ella”. Y agrega, “tres letras; significado de mi celestial demencia”.
Termina: sorbe un poco de su te ya frio y restante de la noche anterior, presiona un botón que se encuentra en la pared frente a él que abre una compuerta que se encuentran en el techo, encima del escritorio y que da hacia el mundo exterior. Entran los primeros rayos de sol rojizo y enfermo pero que son filtrados por el vidrio para no causar la muerte instantánea. El cuarto es alumbrado por esa manta de realidad exterminadora con la que tiene que vive a diario.
“Bueno” se lleva el celular a la oreja y contesta la primer llamada del día. “Si cómo no!” Exaltado responde después de varios segundos, “pues dile a ese pendejo que lo olvide, y que no se contacte con nadie de nosotros jamás. Es más, que si lo vuelve hacer yo no respondo!” Presiona el botón de colgar, y avienta su celular a la pared quebrándolo en varias partes. Abre un cajón en su escritorio y toma otro celular de decenas que se encontraban ahí. Lo conecta a la clavija de la luz y lo deja cargando sin prender. Esto le dará tiempo para escribir en lo que se recarga la batería por completo.
Voltea hacia una foto enmarcada de una mujer muy bella, con ojos grandes y piel morena a lado derecho de su papel, la cual estaba adornada por varios sobres sellados y dos rosas que alguna vez fueron blancas pero ahora contaban con un color beige, como un blanco desgastado que sucumbió al cansancio y al casi color piel morena; sucumbió a querer ser humano.
Secas pero intactas, si acaso unos dos pétalos faltaban.
Eran recuerdos frágiles, intocables, inmóviles y deleitables, que si se les hurgaba se podrían quebrantar hasta el punto del lastime por sus espinas, al punto del deterioro hasta el polvo.
Por más libres que se pudiera creer que estas rosas estuvieran ahí sobre el escritorio, no era el cuarto su fuerte, puesto que vivía en un bunker seis pies bajo tierra en una de las ciudades más violentas del planeta.
Después de varios minutos de estar sorbiendo te, sorbiéndola con la mirada para recargarse como esa batería, volvió a su escrito y como si estuviese entablando conversación con ella musito.
“En que estábamos querida,” tomo ahora en vez de un lápiz una pluma y reanudo su escrito.
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