Hace mucho tiempo existió un dragón llamado Julián;
Julián era un dragón con ojos y pestañas muy grandes, su cola era larga y fuerte, sus patas poderosas y sus alas fuertes para poder volar, el vivía en un reino donde gobernaba la paz y la armonía, era un reino grande, donde los arboles crecían alrededor, y los niños jugaban en un río cercano. Julián era el único dragón que existía en aquel reino. Él fue el único descendiente de los últimos dragones que quedaban en todo el planeta. El reino era gobernado por los reyes y ellos lo consideraban como el guardián del reino. Julián vivía en una gran torre cerca del palacio y muy pronto cumpliría su primer año de vida y los reyes le iban a preparar una gran fiesta de cumpleaños, con un gran pastel y todos los habitantes estaban invitados. El día de su cumpleaños Julián bajó a desayunar desde su torre como todos los días, con gran alegría pues ese día era su cumpleaños, pero se llevó una gran sorpresa pues nadie le había preparado el desayuno Enfadado, y gruñendo se dirigió al gran salón del palacio, y sin decir ninguna palabra abrió las puertas con gran estruendo y, pensando que no había nadie, se desahogó, abrió la boca y llenó de llamas todo el salón. Pero al abrir los ojos su sorpresa fue que todo el salón estaba lleno de gente que querían celebrar su cumpleaños. Por suerte, Julián no incendió a ninguna persona, y lo único que se quemaron fueron las velas de la tarta que le habían preparado. Así que, pidiendo una gran disculpa por su malhumor, pudo felizmente celebrar su cumpleaños y el dragón Julián aprendió que no tenía que enfadarse porque no le preparasen el desayuno, ya que hay cosas más importantes que esas, como ser feliz y sonriente todos los días.
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