Ni las temperaturas bajo cero, ni la ténue llovizna que acariciaba el cuerpo de Daniela, la hicieron desistir de su trabajo. Sobre las 23 horas, Daniela, caminaba provocativamente por una desierta calle de la ciudad de Rosario. El modo de caminar se debía más a la costumbre que al objetivo de seducir un cliente. Como decía, se balanceaba provocativamente sobre una calle donde la única companía eran las hojas otoñales esparcidas sobre el pavimento. El silencio absoluto, era resquebrajado cada tanto por algún automovilista que pasaba, es ahí cuando Daniela entraba en estado de alerta. Se paraba firme, exhibiendo su prominente escote y deslizaba su peso con tanto cuidado sobre su pierna izquierda, como si se tratara de una equilibrista, la pierna derecha formaba un ángulo exacto, para que se deslice la cortita pollera roja hacia arriba, invitando al conductor a que explore su cuerpo, un ritual de placer a cambio de unos pocos pesos. Y la mirada, lo esencial del trabajo, clavarle la mirada en forma seductiva al potencial cliente, mirada y seducción que con el paso del tiempo fue perdiendo. Esos ojos canela comenzaron a reflejar una mirada triste, cansina, cargada de resentimiento. No era una buena noche para Daniela, mejor dicho, no era un mes bueno para Daniela...no era una buena vida para Daniela.
Mientras caminaba unos cortos pasos a la redonda para entrar en calor, recordaba su primer día de trabajo. Era increíble que desde aquel día, hayan pasado 13 años, que haya sobrevivido 13 años, que haya malvivido 13 años. Era en la misma calle, claro que los edificios no eran los mismos y en aquellos tiempos no se corría tanto peligro como ahora. Pese a eso, estaba más asustada aquel día, que hoy. Esbozando una nostálgica sonrisa, recuerda su primer cliente. Un hombre de unos cuarenta y tantos años, entrado en kilos y calvo, simpático. Recordaba que no le creía que fuera su primer noche de trabajo, y el buen trato que él había tenido con ella. Esa noche, el hombre le alabó su perfume, porque en aquellos tiempos, todavía utilzaba perfumes. Así pasaron cientos y cientos de clientes. Lo que en un comienzo era algo pasajero para sustentar gastos, se convirtió en su rutina de vida. Hacía 13 años que Daniela jugaba a enamorarse por una hora del hombre que solicitara sus servicios, para luego, finalizar a las 6 de la mañana, regresar a su casa llorando, unas lagrimas negras producto del rimel, surcaban sus mejillas en el momento que abría la puerta de su casa. Se bañaba durante una hora para quitarse la suciedad, para limpiar su moral, sus principios. Luego de eso, ya limpia y habiendo hecho catarsis, se transformaba en mamá. Le prepara todas las mañanas las tostadas con manteca a su hija, la despierta con un beso sonriendo y van haciendo juntas la tarea en el colectivo, en lo que dura el trayecto de la casa hasta la escuela.
Daniela no tiene pareja. Recuerda las veces que intentó abrirse paso en el camino del amor, cuando todavía era inocente y creía en los cuentos de princesas. Recuerda lo que sufrió aquella vez, cuando su primer amor no le perdonó que ella intentara escaparle a la crisis vendiendo su cuerpo. Se juró a sí misma no volver a cometer el mismo error. Siguió buscando un compañero de vida, alguien que la acompañara en sus momentos de debilidad. Comenzó una relación con lo que ella denominó un hombre "del ambiente", se enamoró perdidamente de aquel señor que regenteaba mujeres. Juntos tuvieron una hija. Cuando todo parecía tomar rumbo, el consumo de drogas de él fue aumentando, proporcionalmente aumentaron las discusiones y así se iniciaron los golpes. El amor duele, pensaba para reconfortarse. Un día ese dolor fue demasiado.
El cuerpo de Daniela iba deteriorandose con el paso de los años, ya no exhibía esa silueta de modelo, ni su cara era la de una niña angelical. Su voz se fue agrietando con cada pitada de cigarrillos, con cada droga consumida y con cada sorbo de alcohol ingerido. Las arrugas visibles de la cara, por el frío padecido durante años y la tristeza acumulaba, engañaban al cliente sobre los años reales de Daniela. Quien pese a su coraza inquebrantable en el trato frío a los clientes, pese a su voz grave y resquebrajada al hablar, quien pese a revolear una cartera con gesto provocativo en la esquina de una oscura calle, quien pese a no tener el pensamiento convencional sobre lo que es el amor...que para ella sea sólo un intercambio comercial, el amor como madre para su hija no tiene precio. El compañerismo de una madre con su hija, ella no lo negocia. Por eso, cuando unos destellos de luz provenientes de un auto importado encandilaron su vista, se secó las lágrimas, apagó el cigarrillo y se subió de acompañante, del que sería su enamorado durante la siguiente hora.
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