Nunca apaga el aparato. Hizo un agujero en la pared y colocó allí la parte trasera de un viejo televisor de marca innominada, de modo que asomara la pantalla como si fuera un plasma, rodeándola con un marco de madera tallada. En ocasiones le quita el mute y mira y escucha, en otras ocasiones la deja silenciada y pone la música de siempre porque es lo bastante boludo como para procurarse música nueva. La tele queda como un cuadro que se mueve, llamando la atención a quien pase por allí. Cada dos por tres aparecen visitantes a los que les llama la atención la casa y èl, cascarrabias amable, los pasea, contándoles sobre ideas de ampliaciones, modificaciones, planes… Llegan a su dormitorio y le alaban la cama, de espaldares de bronce con dos niños repujados que se muestran uno tocando la lira y el otro cantando. Les hace ver, porque nadie se da cuenta y hasta lo dan por descontado que es así, que esos niños no son ángeles. Parecen querubines pero no tienen alas. Y están sobre la tierra, uno de ellos, el discípulo de Apolo, sentando en una banca. Les llama la atención la pared en arco hacia adentro que asciende hasta el techo. Les explica que es la pared de la cascada exterior, que por ahí, del otro lado, desciende el agua que desde el pozo donde cae fue impulsada por una bomba eléctrica hacia arriba para que cayera. Exclaman monosílabos de sorpresa y él trata de captar los comentarios. A veces son diez personas que desfilan por su dormitorio y todas se dan cuenta, en el congestionamiento ocasionado por las detenciones de los de adelante tienen una buena oportunidad, de ver la pantalla enmarcada del televisor y sus imágenes moviéndose en silencio o, al menos, no siempre coordinando con la música que suena desde el equipo digital. Últimamente ha estado escuchando día tras día unas canciones de Tom Waitts grabadas por el pirata Gordo Mario en un disco que dejó olvidado la última vez que lo echó. Diferentes reacciones en la gente que también la oye. Unos se enganchan con algún ritmo otros muestran que no se desprenden del ancla, anclilosados, y ponen el muro del idioma como línea divisoria. A algunos no se las deja pasar y les retruca con ingenio, buscando la fraternidad por sobre las diferencias. La mañana que lo encuentren muerto en su cama, el televisor estará apagado. No se sabrá quién se apagó primero.
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