La salvación se Dios se fue dando a través de medios y de personas débiles, comunes y corrientes. Esas fuerzas que los grandes de este mundo no toman en cuenta porque no siempre son capaces de aportar la eficiencia humana necesaria para planes meramente humanos. Pero sí, aportamos a los planes divinos. Si examinamos las Escrituras, esto lo vemos clara y reiteradamente. Tanto es así, que el evangelista Lucas pone en boca de María un himno a la debilidad humana, porque precisamente a través de ella se muestra la fuerza y el poder de Dios. Su misericordia, en otras palabras:
“Mi alma canta la grandeza del Señor,
mi espíritu festeja a Dios, mi Salvador,
porque se ha fijado en la humildad de su sirvienta,
y en adelante me felicitarán todas las generaciones.
Porque el Poderoso ha hecho grandes cosas por mí,
su nombre es santo;
su misericordia con sus fieles se extiende
de generación en generación;
Despliega la fuerza de su brazo,
dispersa a los soberbios en sus planes,
derriba del trono a los poderosos
y eleva a los humildes;
colma de bien a los hambrientos
y despide vacíos a los ricos…”
(Lc.1,46-53)
Si María hubiese cantado este himno en tiempos de dictaduras, a lo mejor habría sido una detenida, torturada y desaparecida.
Pero, el principal protagonista de la Historia de Salvación es el mismo Dios “que nos amó primero”, y que, “en la plenitud de los tiempos”, se involucra por medio de la Encarnación de su Hijo.
El plan salvador de Dios llega a su plenitud cuando su Hijo “se hizo carne y puso su tienda entre nosotros” (Jn. 1), y eligió por madre a una simple mujer de un pueblo israelita no muy apreciado en la época: Nazaret. “¿Acaso de Nazaret puede salir algo bueno?”, pregunta con recelo Natanael (Jn.1,46).
El mismo Dios hecho hombre se mostrará con toda la debilidad humana, porque se hizo semejante a nosotros en todo, menos en el pecado. Y la salvación la realizó anonadándose, vaciándose de sí para entregarse totalmente a nosotros. De esa manera, Dios nos salvó y continúa dándonos su amor misericordioso, gratuito y leal.
Nuestra vida, aunque sea nada ante los grandes de este mundo, tiene un gran valor a los ojos de Dios. Y algo grande a sus ojos es lo que estamos llamados a realizar en nuestra pequeñez.
¡Buena Semana Santa a todos ustedes, mis amigos virtuales! Los tendré presentes en las celebraciones que realizaré.
|