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CERDA DE NOCHE

El fondo de la casa daba a la ribera del río; había elegido esa ubicación porque se adecuaba a su tipo de vida. Sólo una pared separaba la vivienda del inmenso descampado, y en un rincón, una pequeña puerta.
Cuando tenía veintitrés años Gabriela había acudido a lo de Ercilia, la vieja milagrera. La hechicera le aseguró que le daría lo que ella pedía, pero que había varios pasos previos. Fue así que la joven se abocó a llevarlos a cabo. Una noche de luna llena quemó incienso mientras invocaba los favores de Minerva y de Eros. Una madrugada llenó su tina con agua tibia y sobre ella arrojó jazmín, romero y salvia. Otro día, cuando el sol se ocultaba, volvió a sumergirse en su bañadera, esta vez derramó sobre el agua un poco de leche tibia de yegua joven. Muchas noches, de pie en su patio y bajo las estrellas, repetía antiguos mantras que le conferían un sutil poder venido desde algún rincón del universo.
Después de estos preparativos, Ercilia le dijo :
- Bueno Gaby, ya cumpliste con todo, ahora llega la pregunta final. –
Gabriela se puso tensa, pero como estaba decidida a aceptar lo que fuera necesario, masculló :
- Haga la pregunta si hace falta.
- En tu alma he visto voracidad, y como a esa avidez no puedo eliminarla del todo, habrá que ponerle una válvula de escape… ¿Vas a permitir que de vez en cuando te brote un hambre que no vas a poder contener?
- ¿Cómo es eso? – interrogó Gabriela levemente temerosa.
- Claro. La mayor parte del tiempo vas a estar saciada, pero habrá varios días en los que sentirás un vacío que tendrás que llenar. Tu estómago va a ser como un monstruo al que deberás alimentar. Si no lo hacés, te vas a morir en poco tiempo… Después, todo va a volver a la normalidad, esa comida no será asimilada por tu cuerpo, estarás delgada como antes. Y no sólo eso, también poseerás la astucia de una serpiente.-
Gabriela revolvió los ojos en sus órbitas, se restregó intensamente las manos y preguntó :
- ¿Pero usted me asegura que igual estaré delgada?
- Claro Gaby. Ya te lo dije, estarás bellísima. No habrá quien se resista a tus encantos, ni quien te impida ser exitosa. Serás una triunfadora… Una Cleopatra.
La joven asintió y le pagó la cifra acordada por el servicio prestado. Ercilia selló el hechizo.


……………………………………………………………


Gabriela devino en algo más que piernas deliciosas y ojos verdes rasgados. En algo más que una abogada sagaz. Gabriela era como la suma de varias mujeres. Elegante, aguda y misteriosa. Semejaba la cumbre de una montaña a la que miles de escaladores querían llegar. Y no era sólo por su belleza, sino también por haberse convertido en la principal empresaria de la ciudad, dueña de una distinguida cadena de boutiques. Para muchas mujeres era el modelo a imitar.
Todo comenzó aquella tarde cuando, después de salir de la escuela de modelaje, caminaba tranquila por el shopping. Al pasar delante de la vidriera de la tienda Shine escuchó que alguien le chistaba. Este sonido fue diferente, parecía una melodía que llegó hasta el centro de su pecho, no era como los silbidos de hombres deslumbrados que constantemente deseaban atraer su atención. El llamado provenía de la vidriera. Giró su mirada y no observó sólo maniquíes y finas prendas, el vidrio del escaparate tenía ojos, nariz y boca. Gabriela quedó tiesa.
- Sí Gaby, a vos te llamo.- dijo la vidriera. – Acercate y no tengás miedo, sólo vos me ves.-
Gabriela dio media vuelta y huyó del shopping.
Tres días después regresó y, vacilante, se situó frente a Shine.
- Sabía que ibas a volver.- dijo la vidriera.
Sin tener en cuenta lo que podían pensar los transeúntes del shopping, y sorprendida de sí misma por salir tan rápido de su perplejidad, preguntó :
- ¿Qué querés? –
Yo no quiero nada, sos vos la que va a necesitar de mí. Ercilia me dijo que tendría que ayudarte… Así que aquí estoy.-
A Gabriela ni siquiera se le cruzaba la sospecha de que podía estar haciendo el ridículo. Estaba tomada por la obnubilación.
- ¿Y cómo me vas a ayudar?
- Tendrás que escuchar mis consejos… Así serás lo que anhelás. Te los iré diciendo de a poco hasta que llegués a la meta. Yo voy a estar casi siempre aquí.-
En el rostro de Gabriela se posó una radiante sonrisa, luego desconfió.
- ¿Me lo decís en serio? –
- Si alguien te hubiera dicho que hablarías con una vidriera, ¿le habrías creído?
- Claro que no.
- Entonces ahora me vas a tener que creer… Después de todo, ¿qué vas a perder?-
- La cordura.-
- ¡Ja! ¡Ja! Dejate de estupideces, vos sabés que para conseguir cosas importantes hay que estar un poco loco. Vos sabés que…
- ¡Bueno! ¡Basta! ¡Acepto!- interrumpió Gabriela. – Voy a seguir tus consejos.- agregó.
- ¡Qué engreída y arrogante sos! Pero eso está bien. Quiere decir que hay buena pasta.-
La vidriera entornó los ojos, frunció la nariz y continuó :
- Muy bien. Antes de comenzar tu camino, te haré una última pregunta : ¿Por qué querés sobresalir?-
- ¿Ercilia no te lo dijo?
- Ella nunca da explicaciones, ni yo se las pido, sólo me demanda algunos favores a cambio de algunos obsequios. A mí lo que más me gusta es jugar, y esto, ayudarte a vos por ejemplo, es un juego.-
Gabriela puso sus brazos en jarra, y tras adoptar una pose entre desafiante y sexy, respondió :
- Yo siempre fui la mejor, pero nadie me tuvo en cuenta. Yo fui la que más sabía en la escuela y a todos ayudaba, y nunca las notas más altas fueron para mí; siempre fui la más linda de las fiestas, pero mis amigas me arrebataban los galanes. La tercera de seis hermanos, ni la bebita ni la mayor. Me harté de no ser reconocida… ¿Entendiste? –
- ¡Perfectamante!
La vidriera hizo un breve silencio y luego acotó :
- Todos los miércoles vendrás a visitarme… Eso será hasta que yo decida que ya es suficiente.-
- Está bien. – dijo Gabriela mientras los paseantes del shopping continuaban caminando a su lado lanzándole burlitas solapadas; una adolescente le comentó a su amiga :
- ¡Qué lástima! Tan linda, pero loquita… Mirá cómo habla sola.-
Gabriela había comenzado a alejarse, pero volvió sobre sus pasos.
- ¿Cómo te debo llamar? No creo que tu nombre sea Vidriera.
- ¡Ja! ¡Ja! Eso no tiene importancia… Pero si querés, podés decirme Shine… ¡Ah! Una cosa más, si algún día no estoy aquí, no me busqués ni preguntés por mí… ¡Ja! ¡Ja! Acordate que sólo vos me ves.-


………………………………………………………


A los treinta años seguía siendo la principal empresaria. El tiempo pasaba y su belleza se fue acentuando con la madurez. Era la fruta más apetecida. A los treinta y tres los hombres más conspicuos de la ciudad habían pasado por su lecho. Después de meticulosa elección se casó con el ministro de economía. Luego llegaron dos hijas encantadoras. A los cuarenta se divorció y sus cuentas bancarias se acrecentaron al recibir parte de la fortuna de su ex marido. A estas alturas, a su esbeltez se le había sumado un halo de majestuosidad. Se convirtió en una reina sin corona.
Tal cual se lo había prometido Ercilia, casi nunca sentía hambre, sólo de vez en cuando comía algo para guardar las apariencias. Sin embargo, y como también se lo vaticinase la hechicera, a los veintiocho años, en noches de luna creciente, su estómago empezó a convertirse en una especie de abismo sin final, esa fosa le provocaba una insoportable sensación de languidez. Al principio lo resistía con estoicismo, pero tras pesadas noches de sufrimiento, no aguantó más. Una madrugada abrió la heladera y comenzó a engullir. Tres costillas de vaca, cinco huevos y dos botellas de coca cola la calmaron esa vez. Un mes después, luego de vestirse de manera tal que nadie pudiera reconocerla, visitó una parrilla. En esa ocasión le mintió al mozo diciendo que la acompañarían tres personas. Las personas nunca llegaron, de este modo Gabriela devoró la porción propia y las que les hubiera correspondido a los otros. Su vientre se llenó de chorizos, falda y mollejas. Los meses transcurrieron y su avidez fue en aumento. Kilos de helado, de tortas, de pescado y de pastas fueron pasando por sus mandíbulas. Litros y litros de vino, de cerveza y de gaseosa fluyeron por su garganta. Sin embargo, y también como se lo había asegurado la milagrera, su cuerpo no sufría ninguna modificación; al día siguiente de cada atracón, estaba como si nada hubiera pasado.
Una noche, estando en la cocina de su casa, la impaciencia fue tal que no pudo esperar a cocer las chuletas, se las comió crudas. A pesar del estupor que le causó esa anomalía, decidió no darle importancia. En efecto, a la mañana siguiente se sintió turbada por lo que había hecho, pero debido a su agitada vida no pudo detenerse a reflexionar, sus decenas de actividades la absorbieron de inmediato.
Algunos meses después estaba asustada por el descontrol en el que iban cayendo algunas de sus noches. Al principio llenaba la mesa de la cocina con un sinnúmero de alimentos y sobre ellos se arrojaba. Su cara y sus vestidos se manchaban con toda suerte de salsas, grasas y legumbres; debido a esto, y mientras las lunas crecientes se sucedían, resolvió lanzarse desnuda sobre la comida. Más tarde la mesa le fue insuficiente e hizo lo mismo sobre el suelo de su patio trasero. Se apoderaba de su alma algo más profundo que la gula; un estado de exacerbada lujuria alimenticia la llevaba hacia un irrefrenable paroxismo.
Meses después esa preocupación fue ocupando un lugar secundario. El terror la dominó cuando junto con el desenfreno nutricional, empezó a percibir transformaciones en su cuerpo. Al comienzo su piel se fue engrosando y sobre ella crecieron pelos duros. Una noche sus pies mutaron en pezuñas. En otra ocasión su nariz pasó a ser un hocico. De a poco, y a medida que las noches de glotonería regían su voluntad, la hermosa Gabriela dejaba de ser tal cosa para metamorfosearse en una marrana.
Tengo que parar con esto, pensó temblando. De inmediato acudió a lo de Ercilia. La vieja debe tener alguna solución.
Pero fue en vano. Ercilia se había mudado. A pesar de agotadoras búsquedas y de pertinaces indagaciones nunca logró dar con la hechicera.
Tampoco Shine supo cómo librarla de su mutación.
Sufrió mucho al principio, pero finalmente no le quedó más remedio que aceptarlo. Sería una mujer agraciada de día, pero cada tanto, una cerda de noche.


…………………………………………………………………


Como advirtió que no podría controlar sus ansias de tragar, instaló la pequeña puerta en el patio de su casa. Hizo eso porque sabía que más allá del descampado colindante había un inmenso basural. De este modo, convertida en una auténtica porcina, se empanzunaba con todo aquello que la ciudad desechaba : pan viejo, restos de salchichas, cogotes de pollo, caca de perro… También aprovechaba los lodazales que se formaban a la vera del río para revolcarse hasta poco antes del amanecer. En esos momentos se sentía libre, se olvidaba del mundo y de sí misma, el barro putrefacto le brindaba una dicha infinita. Luego regresaba a su confortable morada, y tras recuperar su fisonomía habitual, se sumergía largamente en la tina que contenía toda clase de exquisitas fragancias.
Algunos años después compró una granja alejada de todo poblado. Contrató expertos y se dispuso a criar gallinas y algunas vacas; aunque esto quizá sólo sirviera para no despertar sospechas, porque a lo que dedicó especial atención fue a una descomunal porqueriza que hizo construir junto a la casona. En un comienzo el chiquero era sólo para ella, luego agregó porcinos de diferentes formas y tamaños. Así, cuando llegaba cada cuarto creciente, dejaba sus hijas al cuidado de eficientes nodrizas y partía hacia su campito. Allá iba, feliz, a encontrarse con su vida de chancha, a embardunarse en el fango, a atiborrar su panza, a llenar su vacío. En el chiquero tenía todo lo que la colmaba, incluso nuevos amigos, entre ellos : yo.
Yo soy también un chancho más, pero pobre, por eso debo usar porquerizas ajenas. Además de cerdo, también soy escritor.
Gabriela no sabe de mí, es decir nunca ha visto mi aspecto humano. Cuando llega a la granja yo ya estoy ahí transformado en puerco y me marcho después que ella. Yo vuelvo a mi pequeño mundo y ella a sus boutiques, a sus modelos, a su mansión y a visitar la tienda Shine cada miércoles.
Talvez alguien quiera saber cómo conozco la vida de Gaby. Muy simple. Poseo una máquina de escribir con ojos, nariz y boca. ¡Ah! Y también orejas. Ella me cuenta todo.
Mi gran problema fue y es el común a muchos escritores : no tengo mucho para comer. Para resolver esta cuestión no hallé salida más fácil que acudir a un hechizo. Un antiguo brujo me preparó la poción a través de la cual, de vez en cuando, me convierto en cochino. Me conviene ser este animal porque es el menos selectivo que conozco. De todos modos, como el dinero me sigue siendo escaso, no puedo ni siquiera tener mi chiquero propio, por eso debo frecuentar los de otras personas. El de Gabriela es el mejor que he conocido.
Al igual que como ocurrió con ella, se me otorgó un regalo extra. Gaby tiene su vidriera y yo mi máquina de escribir.





CERDA DE NOCHE
por Sergio Heredia ( marzo/2012 )

Texto agregado el 02-04-2012, y leído por 116 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
14-06-2012 Muy buen cuento. Su trama surrealista cautiva, y creo que es producto-como todo arte- de esa hermosa locura que metamorfosea la realidad y nos sorprende. Saludos felipeargenti
 
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