Esa libertad de Hijo de Dios que tenía Jesús, le acarreó enemigos, pues ofendía el “estatus”, el poder, el bolsillo; el orgullo, la mentira y la maldad que salen del corazón humano.
Esa fue, en el fondo el motivo más inmediato de la conspiración de sus enemigos, conspiración que acabó con su vida. No pudieron, no supieron o no quisieron aceptar la verdad objetiva, que ponía en peligro sus tradiciones y sus intereses creados.
Y por eso, quisieron su muerte.
Pero, ante la autoridad romana tenían que dar un argumento digno de pena de muerte. Y aunque en el Sanedrín lo acusaron de blasfemo por decir que era Hijo de Dios y, por lo tanto, ser divino, ante Poncio Pilato lo acusaron de subversivo, de querer hacerse rey. Tal cosa era intolerable para los romanos, que cuidaban mucho sus dominios, y no permitían que nada ni nadie los pusiera en peligro de perder lo conquistado. Y lo entregaron pidiendo su muerte, muerte en la cruz. Así, quitaban también la posibilidad de que lo consideraran el Mesías de Dios, porque la Biblia dice “maldito el que cuelga del madero”. Y si moría como maldito de Dios, ¿cómo podía ser su ungido, su Mesías? Todo estuvo muy bien pensado.
Esta fue la causa inmediata e histórica de su muerte.
Pero, la causa de fondo, fue "por nuestra salvación".
El murió porque quiso afrontar las consecuencias de su predicación, sometiéndose a la voluntad del Padre Dios, que era traernos salvación, reconciliación con Dios, resurrección y vida eterna. |