Nieve
Blanco paisaje, la fría y blanca nieve lo cubre todo. Un lago, o mejor una piscina de hielo, pequeños montones de nieve y uno que otro trozo verde, también algunos árboles prácticamente secos y de uno de ellos cuelga un columpio en el que está sentada una chica de largos cabellos castaños rizados, piel pálida, pequeñas pecas a la altura de los pómulos y ojos grisáceos.
Cubierta por saco, mono y gorro de lana color crema, observa el helado paisaje como esperando. Cierra los ojos con suavidad, se acerca, puede sentirlo.
Abre los ojos, caminando sobre el lago se encuentra una mujer, de largo vestido blanco, cabello y piel del mismo color, un escalofrío la recorre. Se levanta del columpio lentamente y avanza hacia ella, pero está cada vez más lejos, comienza a correr, más resbala sobre el lago, el hielo cruje y parece que se romperá, debe alejarse lo más rápido posible, pero se queda paralizada. Cierra los ojos y espera su trágico final, siente que alguien la levanta, esto la obliga a ver, ya no hay nadie y está a salvo en la orilla.
Curiosa se levanta y comienza a caminar en dirección al bosque, se entretiene mirando alrededor y no se percata de que se ha adentrado demasiado y que la noche asecha.
La noche llega, y a la luz de la luna las sombras comienzan a tonar formas macabras. Con el corazón acelerado y temblando de frío y miedo apoya su mano en el tronco de un árbol y siente un líquido espeso al contacto, lentamente retira la mano y la observa, ese tono carmesí es inconfundible…se paraliza ante la sangre con la que su mano quedó marcada, por instinto gira la cabeza y ve el brillo de un hacha, abre desmesuradamente los ojos y retrocede lentamente hasta tropezar con las raíces de un árbol, cae y cierra los ojos, unos segundos después escucha un golpe seco que hace que los vuelva a abrir y se percata que el hacha ha impactado en el tronco del árbol, unos centímetros por encima de su cabeza. Se levanta y echa a correr, va tan rápido como lo permiten sus piernas.
Cuando está lo suficientemente lejos se detiene a descansar apoyada de un árbol y nota que de este también mana el líquido color carmín, de todos los árboles en realidad. Aún asustada divisa a lo lejos una cueva, a la cual se dirige. La recorre de principio a fin, en uno de los extremos contempla un extraño grabado “lumi”.
— ¿Qué significará?—se pregunta a sí misma.
—Es uno de los muchos nombres de Aput—se gira sobresaltada para observar a un chico de cabellos rojos, piel blanca sin imperfecciones y brillantes ojos ámbar, el más hermoso que jamás había visto, y es lógico, dado que los miembros alados que sobresalen de su espalda ratifican su condición de ángel. A pesar del susto ella se siente infinitamente más segura teniéndolo cerca—. No tengas miedo, Crisol.
— ¿Cómo sabes mi nombre?
—Veo que has estado cerca de los árboles—dice ignorando la pregunta y observando las manos de la chica.
—Sí, estaba huyendo.
—Tranquila, los árboles de este lado del bosque sangran desde hace casi tanto tiempo como ha durado este largo invierno.
— ¿Y cuanto es eso?
—Tres o cuatro siglos, desde que las lágrimas de Aput congelaron el tiempo, el paisaje y tono lo que puedes imaginar—se acerca y acaricia suavemente la inscripción en la pared.
— ¿Y por qué lloraba?
—Quién sabe, tal vez por soledad, lo que sé es que siempre ronda el lago—Crisol se queda repitiendo estas palabras en su cabeza hasta que una idea la ilumina.
—Creo que sé por qué—murmura y sale corriendo de la cueva, luego de dar algunas vueltas por el bosque llega al lago, camina sobre él hasta llegar al sitio donde había resbalado y comienza a saltar. Como era de esperar el hielo se rompe, nada y aferra un pequeño un pequeño bulto entre sus brazos antes de sentirse desfallecer. Aún en el mundo de la inconsciencia siente como si volara, con gran esfuerzo abre los ojos y mira lo lejos que está el lago bajo sus pies.
— ¿Es que siempre tengo que salvarte?—dice el ángel pelirrojo que la sostiene. Ella sonríe.
— ¿Quién eres?
—Soy Amón, tu ángel guardián—con suavidad la deposita en la orilla y en ese instante Aput aparece frente a ellos. Crisol extiende sus brazos, donde aún sostiene el bulto y la mujer de cabello lechoso lo toma y este comienza a llorar, descubriendo así a una pequeña bebé de cabellos dorados y ojos azul cielo, los ojos grises de su madre se iluminan al instante.
—Primavera—murmura con la voz llena de dulzura, en ese instante el sol vuelve a brillar, la nieve se derrite, los árboles retoñan y los animales despiertan.
“Señorita Montenegro” se oye a lo lejos.
— ¡Señorita Montenegro! ¡Señorita Montenegro! ¡Despierte!—la niña de cabello castaño y cara pecosa parpadea un par de veces para encontrarse con la imagen de una maestra regordeta de cabellos rubios recogidos en un moño alto que la miraba con impaciencia, en medio de las risas ahogadas de sus compañeros, al fondo observa el pizarrón en el que se lee “a, b, c, d, e…” y así hasta llegar a la “u”—. ¡Al fin! ¿Qué letras siguen?
—V, w, x, y, z.
—Muy bien—Crisol suspira y desvía la mirada hacia la ventana una vez la maestra se aleja. Es un hermoso día de primavera, observa distraídamente el paisaje y por unos segundos jura ver un chico de cabellos rojos sonriéndole al otro lado del cristal. Sonríe a su vez y vuelve la mirada al pizarrón donde la maestra continúa dando clases.
—Ahora saquen el cuaderno de matemáticas…
¡Qué maravillosas aventuras vivimos en nuestros sueños! Más algunas veces la barrera entre los sueños y la realidad es la que nosotros mismos queramos crear… |