Dios fue revelándose progresivamente en la Historia de nuestra Salvación. Decimos que hubo una intervención abierta de Dios desde Abraham, unos 1700-1800 años a.C., con la formación de un pueblo, hasta la Muerte, Resurrección y Ascensión a los cielos del Señor Jesús. Con muchas manifestaciones divinas a lo largo de esos siglos.
Aunque, bien mirado, la Historia de nuestra Salvación no se circunscribe a un lapso determinado de tiempo, sino que está dentro de los designios eternos de Dios.
Ya en el libro del Génesis 3,15, (repito: con mirada pos Pascual), podemos ver el plan salvador de Dios, cuando dice a la serpiente, símbolo del mal: “Haré que haya enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya; ésta te pisará la cabeza, mientras tú te abalanzarás sobre su talón”.
Digo “con mirada post-Pascual”, porque los cristianos, después de la Resurrección de Cristo, fueron interpretando que en Jesús se cumplía esa profecía: esa mujer era la madre de Jesús; y el que aplasta la cabeza al mal es Jesús su Hijo. Quien, con su pasión y muerte en cruz nos mereció la salvación. Y nosotros, somos “el talón” de Cristo, al cual el mal muerde.
No es que el ser humano, representado en Adán y Eva haya echado a perder el plan de Dios como, a primera vista, pareciera enseñarnos la historia del paraíso. Porque si Dios nos sacó del barro de la tierra, siempre supo que nosotros “la embarraríamos”.
Lo sucedido a Jesús estaba anunciado en el Antiguo Testamento.
Estaba “escrito” eternamente en la voluntad de Dios el envío de su Hijo para salvarnos. Es decir, liberarnos del mal moral y espiritual que vemos diariamente en cada uno de nosotros y en toda nuestra sociedad.
Y en ese proceso estamos. Y sin lugar a dudas, Dios llevará a cabo en plenitud su plan salvador de todos los hombres de todos los tiempos, sin excepción. Porque, nos asegura el Libro: “Dios quiere que todos los hombres se salven, y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2,4).
Algo alentador para todos, especialmente para los que somos sus siempre débiles discípulos, que nos aprestamos para celebrar los principales pasos de nuestra fe en la Semana Santa. |