Ella se sentía adormecida, ligeramente somnolienta.
Su cabeza comenzaba ya a darle vueltas al mundo; y las hormigas habían hecho casa en sus venas.
Llorando al teléfono decía:
-No sé, no sé por qué lo hice.
-¿Te das cuenta? ¿Te das cuenta?- responde llorando a mares también él.
-Amor, te amo, sólo recuerda siempre eso.
-Mi niñaaaa, no quiero que nada malo te pase, tengo miedo… ¿Por qué lo hiciste?
-Amor, no sé, no sé. Me arrepiento; ya no siento mi cuerpo… Te amo, no quiero dejarte nunca…
-Mi niña, no quiero hacer yo también una locura…
Ella interrumpe con un grito:
-¡Noooo! Mi vida, no digas eso, hazlo por mi…
-¿Y tú? ¿No pensaste en mí? ¿Por qué no pensaste en que te amo? ¿Qué hago yo ahora?
-Mi vida, tengo miedo, y sólo quiero dormir, y no puedo parar de llorar…
-Mi niña, no tengo más minutos, tengo que dejarte… ¡No sé qué hacer! – lloraba él al teléfono, desesperado – Ahora, ¿Cómo se yo que no te va a pasar nada?
-No sé, no sé…
-Por favor, te pido que contestes el teléfono. Por favor, mantente despierta y no dejes de contestar el teléfono… Mi niña, te amo, adiós… te amo…
-Yo también te amo
Fin de la conversación telefónica. Un silencio. Ella nunca más contestó ese teléfono.
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