Odio…mala palabra y se me clavó en la cabeza. Siento que camino con ella con un cartel en mi frente y todos me miran y la leen. Parece que con cada paso que doy surge un nuevo signo de exclamación en esa palabra. Me subo a la micro llena y aparece un palito más, así como un odio más intenso. Bajo al metro y veo una mujer embarazada de pie y nadie da el asiento y los signos de exclamación se multiplican. Prefiero no decir nada, porque estoy a punto de explotar. Luego, camino por la calle y un niño de no más de seis años trabaja limpiando los vidrios de un Mercedes Benz último modelo y me pregunto porqué él, mientras ese auto lleva de pasajero un niño de la misma edad, hay más odio. A las nueve en punto llego al trabajo. El día se me hizo larguísimo y tuve que hacer horas extras no pagadas hasta las ocho de la noche. Mi odio era supremo, incontrolable, ni siquiera la sensación de libertad de salir nuevamente a la calle sació mi insatisfacción. Mis pasos eran más pesados y me dolía la cabeza con tantos signos de exclamación, acompañando esa palabra que ya no quiero nombrar, porque fue lo que me dejó más atontado. Crucé la calle y delante de mí un tipo grande como un ropero lanzó un papel a la calle, evitando el basurero que estaba al lado. Ya no pude más. Le grité con toda mi ira guatón cochino, agregando unos garabatos, y antes de que terminara de decir un conchetuma…un gran combo me tumbó en el piso. Ahora estoy despertando de mi KO. Me encuentro el hospital. Seguramente, llegué inconsciente. Frente a mí veo una TV. La enciendo y lo primero que distingo son las noticias…un político. Ese odio casi aparece de nuevo, pero antes me pregunto ¿Qué he hecho yo?