Decálogo de la buena estatua
1) Una estatua no habla jamás.
2) Una estatua no se ríe.
3) Una estatua no bosteza.
4) Una estatua no estornuda (si no se puede aguantar, trata de hacerlo hacia adentro aunque le salga hipo).
5) Una estatua no se rasca (si le pica de una forma insoportable, espera la oportunidad de moverse para hacerlo con disimulo).
6) Una estatua mantiene siempre la elegancia, aun para bajar del pedestal y sentarse a descansar.
7) Una estatua se aguanta la sed, el hambre y las ganas de ir al baño hasta el momento de descanso. Salvo emergencia mayor.
8) Una estatua nunca se olvida de su personaje. No es lo mismo ser emperador que marinero.
9) Aunque se burlen de ella, una estatua mantiene la calma.
Andrea Ferrari “Tambien las estatuas tienen miedo”
Se levantaba con el sol, se pintaba la cara de blanco y se vestia de estatua, caminaba con una valija negra hasta la plaza mas cercana, sacaba de su valija un banquito portable, lo cubria con una tela blanca, colocaba una caja de zapatos vieja en el suelo y se paraba sobre el banquito, inmóvil, quieto, estable, sin articular ningún gesto, sin ni siquiera rascarce la nariz, estaba asi probablemente por horas y horas, la gente pasaba y parecía no notar su presencia y eso que probablemente era lo único blanco que había en toda la ciudad, creo que si las estatuas de aquella plaza podrían pensar envidiarían la facilidad que tenia para quedarce inmóvil.
Todas las tardes una señorita rubia se sentaba en un banco que se encontraba justo enfrente de el a leer, parecía como si ella no pudiera ver mas alla de su libro, parecía como si ella tampoco notara su precensia, Anibal estaba impresionado y creía que lo único que podía mantenerlo quieto a esa hora era la cara de concentración de aquella muchacha tan apuesta, pasaban las horas, el reloj daba las las cinco de la tarde y la ciudad cobraba vida, todos volvían a casa, menos la estatua y la muchacha, llegaban las siete, el sol comenzaba a despedirse y solo quedaban en la plaza la estatua y la apuesta muchacha, entonces la estatua se quitaba su traje y se limpiaba la cara, la muchacha cerraba su libro y lo guardaba en su bolso, caminaban en fila india, uno detrás del otro, hasta la esquina, la muchacha doblaba a la izquierda y Anibal a la derecha y asi se repetia esta acción todo los días. Pero una tarde, nublada y fresca, la muchacha levanto su vista del libro y lo miro fijamente y puso una moneda en la caja, Anibal hizo un movimiento tonto y ella rio, luego volvió a su puesto en el banco de enfrente. Pasaron unos segundos y la muchacha lo miro fijamente, sus miradas se abrazaron por unos segundos, los ojos de ambos comenzaron a brillar, la muchacha sin desviar la mirada camino hasta la estatua y coloco otra moneda, apenas Aníbal intento moverse la muchacha apresurada comento: Siempre quise ser estatua y Aníbal solo sonrió, si, solo eso no pudo decirle nada, no sabía que decirle, la muchacha retrocedió y se sentó otra vez en el banco.
Cuando dieron las siete Aníbal se preparó, la muchacha se paró a su lado y le dijo:
-¿Caminamos juntos?
Aníbal asintió con la cabeza y durante una cuadra hablaron de cualquier cosa, al llega a la esquina la muchacha rubia lo beso en los labios y se fue sin decir nada.
Hoy son una pareja de estatuas, que hacen reír a los niños de plaza en plaza, dan alegría a cambio de una moneda y pintan sonrisas en la cara de los tristes y cada vez que alguien les pregunta ellos contestan alegres, somos de profesión “estatua”.
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